Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, hay ocasiones en que por ligereza, exceso de ocupaciones, disipación, compromisos, y respetos humanos, nos entregamos a las cosas del mundo con detrimento de nuestra salud espiritual, por lo cual, se hace necesario de cuando en cuando, hacer un alto, entregarnos al retiro espiritual para analizar nuestra vida en miras a nuestra salvación eterna, para preguntarnos ¿qué estoy haciendo para mi salvación eterna?, ¿cómo estoy llevando mi vida espiritual?...
Por lo regular, las prisas, las preocupaciones propias de la vida, nos impiden detenernos, tranquilizarnos, resguardarnos en la tranquilidad del sosiego espiritual, pero es necesario salirnos de la vida ordinaria para meditar en las verdades eternas con calma, para revisar el estado de nuestra alma, para precavernos de los peligros de nuestra salvación.
"Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo." Imitación de Cristo, III, I, 1.
Muchas veces nuestras obligaciones de estado, la responsabilidad de nuestros trabajos, los compromisos adquiridos, nos impiden entregarnos por días al retiro espiritual, pero podemos destinar una mañana o una tarde, o por lo menos algunas horas para hacer ajustes, para implorar la misericordia de Dios, para conocernos más profundamente, para poner los remedios a nuestro alcance para vivir en amistad con el Autor de nuestras vidas.
"¡Tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando." San Agustín, confesiones, libro X, capítulo XXVII.
Dios, en su infinita misericordia y amor a nosotros sus hijos, siempre nos espera para perdonarnos, para comunicarnos las gracias necesarias, pues el Señor no desprecia el corazón contrito y humillado, el corazón que arrepentido implora su misericordia, el corazón que reconoce su miseria para llegarse a nuestro Padre amoroso, rico en misericordia, manso y humilde de corazón.
"Porque siete veces caerá el justo, y se levantará: más los impíos se precipitarán en el mal." Proverbios XXIV, 16.
Sirvan nuestros errores para ser más indulgentes con nuestros hermanos, para estar prestos a perdonar y olvidar las afrentas que podamos padecer, para hacer oración por nuestros prójimos atados a algún pecado, para que reine la caridad de Cristo en nuestros corazones.
"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne concedernos la santa virtud de la caridad, para buscar el bien eterno y temporal de nosotros y de nuestros hermanos.
Dios te bendiga.