Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, debemos aprender a confiar en Dios, a trabajar como si todo dependiera de nosotros, a esperar el fruto de nuestro Divino Redentor: "Bienaventurado el varón, que confía en el Señor, y el Señor será su esperanza." Jeremías XVII, 7.
¿En quién confiaremos, queridos hermanos?, ¿dónde nos hemos de refugiar en la duda y en la incertidumbre?... "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna." San Juan VI, 69.
Aprendamos a confiar en Dios nuestro Señor, a esperar con la fe puesta en el Autor de nuestra vida, haciendo nuestro mejor esfuerzo en el cumplimiento de nuestras obligaciones de estado, poniendo nuestros talentos, dones, habilidades al servicio de Dios.
Cuando la desconfianza nos invada, cuando la duda toque a las puertas de nuestro ser, refugiémonos en las enseñanzas de la Iglesia Católica, y en la confianza en manos de la Divina Providencia, que de los males saca bienes. "Y sabemos también, que a los que aman a Dios, todas las cosas les contribuyen al bien". Romanos VIII, 28.
Una manera eficaz de confiar en Dios nuestro Señor, es procurar no ofenderlo, guardar los mandamientos en cuanto la humana naturaleza lo permite, de lo cual nos da ejemplo san Francisco Javier, en la carta que dirige a san Ignacio de Loyola: “Aunque camine, no solo en tierra de bárbaros, más aun en el mismo reino del demonio, ninguna barbaridad o rabia del demonio me podrá dañar, si no es con permiso y licencia del Señor; y así sólo una cosa temo, que es ofender á Dios; porque si no le ofendiere, me prometo segura victoria de todos mis enemigos”. Vida y milagros de S. Francisco Javier, página 203.