17 Mar
17Mar

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, la presencia del pecado mortal en nuestras vidas, tiene graves consecuencias para nuestra vida espiritual, pues impide nuestra unión con Dios nuestro Señor, además de esclavizarnos con la repetición de los actos contrarios a la ley de Dios, siendo cada vez más difícil vivir la libertad de los hijos de Dios. 

El pecado mortal nos da un momento de placer, pero a un gran costo para nuestra salud espiritual, pues nos separa de la gracia de Dios nuestro Señor, ya que donde reina el pecado no puede habitar la gracia hasta que uno se reconcilie mediante el sacramento de la confesión.

"El pecado mortal es el mal, y, a decir verdad, el único mal, que existe, ya que todos los otros no son sino consecuencia o castigo de él." Tanquerey, manual de teología ascética y mística, no. 714, II. 

Al cometer el pecado mortal nos oponemos voluntariamente a la ley de Dios, con la repetición del mismo o con el estado habitual de pecado mortal nos hacemos dependientes de ese acto contrario a la ley de Dios, esclavizándonos de alguna manera al demonio, enemigo de nuestra salvación eterna.

"En todo pecado, el hombre se deja influenciar por el seductor original. Todo pecador, al pecar, se pone del lado de los enemigos de Dios, siendo el diablo el primero de ellos. El pecador se somete al diablo cuando deja de obedecer a Dios. El hombre no puede salir de la siguiente alternativa: o se somete a Dios o queda sometido al diablo". Michael Schmaus, Teología Dogmática, tomo II, § 124, página 274. 

Nosotros, queridos hermanos, hemos sido creados para amar y servir a Dios nuestro Señor en la presente vida, y para verle y gozarle después de la muerte por toda la eternidad, siendo de esta manera el pecado mortal la ruina para nuestra vida espiritual y el gran impedimento para nuestra eterna salvación. 

"¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" Corintios III, 16.

Procuremos conocer la ley de Dios nuestro Señor para evitar hacer lo que nos aparta de su amistad, meditemos en el valor de la gracia santificante, en la malicia del pecado mortal, en el fin y motivo de nuestra estadía en la tierra, de tal manera, que seamos conscientes de la realidad que nos ha tocado vivir, apartar de nosotros la ignorancia espiritual, lo cual se alcanza con la perseverancia en el estudio de las materias sagradas, con la frecuencia de los sacramentos, y la meditación de las verdades eternas principalmente.

"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos alcance las gracias necesarias para vivir en amistado con Dios nuestro Señor, que logremos darnos cuenta de la gravedad del pecado mortal, y cobremos la fortaleza necesaria para perseverar en el estado de gracia hasta el fin de nuestra vida. 


Dios te bendiga.


 

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