Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, una de las cosas fundamentales en la vida espiritual es la perseverancia, ella nos ha de alcanzar la perfección si hacemos lo que está de nuestra parte, lo cual implica sobreponernos a los estados de ánimo, recuperarnos prontamente de los errores y pecados, ejercitar las virtudes que más necesitamos para combatir nuestros defectos y concupiscencias, aprender a confiar en la misericordia de Dios, desconfiar de nuestra presunción o autosuficiencia.
Necesitamos de la ayuda de Dios nuestro Señor, pues por solo las fuerzas de la naturaleza humana no podemos alcanzar la perfección; sabedora de esto la Divina Providencia nos proporciona el auxilio de los Sacramentos, la devoción a la bendita Madre de Dios, la comunión de los Santos, el auxilio de la lectura espiritual y la meditación de las verdades eternas, el examen de conciencia, la ascética y la mística, los ejercicios espirituales.
Nadie da lo que no tiene, o no hay efecto sin causa, dice el principio filosófico, pues bien, nosotros que nacemos en estado de pecado original, ¿cómo alcanzar la gracia sobrenatural?, ¿cómo recuperar la gracia estando en pecado mortal?, ¿cómo agradar a Dios nuestro Señor siendo simples seres humanos?... requerimos de los auxilios sobrenaturales que nos proporciona la Iglesia a través de los Sacramentos en los cuales se nos comunica la gracia.
"El que está en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto: porque sin mí no podéis hacer nada". San Juan XV, 5.
Nuestros errores, pecados, y reveses en la vida espiritual, deben servirnos para fundarnos en la santa virtud de la humildad, para tener caridad con nuestros hermanos, para aprender a desconfiar de nosotros y confiar en Dios, para conocernos de lo que estamos hechos y para no hacer juicios tan severos de nuestro prójimo.
"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos conceda la santa perseverancia en la vida espiritual, la humildad para levantarnos de nuestros errores, inteligencia para enmendarnos, fortaleza para afrontar las responsabilidades, y caridad para amar a nuestros hermanos.