Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, hasta cuando nos decidiremos a entregarnos a nuestro Divino Redentor, a seguir su camino, a hacer su sagrada voluntad en nuestra vida, a llevar una vida católica, con la firme esperanza de alcanzar nuestra salvación eterna, de hacer a un lado los titubeos y las vacilaciones, los miedos e incertidumbres que restan energía en nuestra vida espiritual.
"¿Cuándo, cuándo acabaré de decidirme? ¿Lo voy a dejar siempre para mañana? ¿Por qué no dar fin ahora mismo a la torpeza de mi vida?" San Agustín, Confesiones, libro VIII, capítulo XII, página 154.
Normalmente en la vida espiritual se titubea, se busca el beneficio y la utilidad personal, al menos, se persigue la paz y el gozo sensible, lo cual impide una entrega total, pone una barrera para abrazar la voluntad de Dios en la prosperidad y sobre todo en la adversidad, se llega a pensar que se ha extraviado el camino cuando las cosas no resultan como se planearon, cuando las tentaciones y las dudas aumentan, sobre todo cuando hay equivocaciones o se presentan las caídas en el camino.
Cada alma es distinta, tiene caminos diferentes, debe ser probada en el amor, y para ello debe perseverar, ayudarse de un director espiritual, no aficionarse a los consuelos sensibles, porque suele ser piedra de tropiezo, el demasiado buscarse a sí mismo en la vida espiritual, el buscar con demasiadas ansias el gozo sensible.
"Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y, entre grandes afrentas, desamparado de amigos y conocidos y en suma necesidad. Cristo quiso padecer y ser despreciado, ¿y tú te atreves a quejarte de alguna cosa? Cristo tuvo adversarios y murmuradores, ¿y tú quieres hacer a todos amigos y bienhechores? ¿Con qué se coronará tu paciencia, si ninguna adversidad se te ofrece? Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo? Sufre con Cristo y por Cristo si quieres reinar con Cristo." Imitación de Cristo II, I, 5.
Ocupamos entregarnos, trabajar con inteligencia, ubicarnos en nuestra realidad, con el conocimiento de nuestras fortalezas, oportunidades, debilidades, y amenazas, apegados a nuestras obligaciones de estado y vocación particular, buscando en todo la mayor gloria de Dios desde nuestra condición, lugar, y circunstancias que nos ocupa.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos alcance las gracias necesarias para nuestra santificación, para perseverar en la vida espiritual, poniendo toda nuestra capacidad al servicio de Dios nuestro Señor.