Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, es necesario vivir en el mundo agradando a Dios nuestro Señor, de tal manera que alcancemos la eterna bienaventuranza, vivir sin corrompernos con los peligros naturales para nuestra salud espiritual.
"No te ruego, que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, así como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos con tu verdad. Tu palabra es la verdad." San Juan XVII, 15.
Peligros para nuestra salvación eterna siempre vamos a encontrar en la tierra, desarrollemos una habilidad para vivir sin ofender a Dios nuestro Señor, en nuestras circunstancias particulares busquemos en todo momento cumplir con el motivo de nuestra estadía en el mundo.
"El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
Por esto, nosotros debemos hacer uso de las cosas del mundo para nuestro bien eterno y temporal, tener como eje central de nuestras decisiones la razón ilustrada por la fe, y no, los sentimientos guiados por las pasiones, lo cual resultaría catastrófico para nosotros.
Meditemos las siguientes máximas de vida:
"Las cosas de este mundo fueron dadas al hombre para que le ayuden a conseguir su fin, 'que de ellas tanto debemos usar cuanto sirven al fin, y tanto dejar o quitar cuanto nos impiden'." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
"Realmente, las cosas de acá no son más que medios o instrumentos de que nos debemos valer para llegar al término." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
"Cuantas -cosas- hay en el mundo pueden servir como de instrumentos al fin, pero no todas arman a todos ni son útiles en todos los tiempos." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
"Abrazar la cosa, bien que repugnante, si me ayuda para salvarme, y dejarla, bien que dulce y gustosa, si ha de impedir el bien de mi alma." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
Por lo cual, queridos hermanos, debemos ocuparnos en primer lugar de nuestra vida, de agradar a Dios nuestro Señor, porque de eso depende nuestra eterna bienaventuranza; muchas veces intentamos reformar a los demás con grave descuido de nuestra salud espiritual. Vivamos bien, y serán buenos los tiempos.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos con una bendición de amor, nos alcance las gracias necesarias para nuestra bienaventuranza eterna; imploremos el patrocinio de los Santos de nuestra particular devoción, para vivir de tal manera, que agrademos a Nuestro Divino Redentor.
“Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos.” San Agustín, sermón LXXX.