30 Jan
30Jan

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, se puede cambiar de vida, se puede vivir en gracia de Dios de manera habitual, se puede abandonar la vida de pecado mortal para vivir la libertad de los hijos de Dios; se necesita la voluntad del hombre y la ayuda divina.

"Y Jesús les dice: ¿Qué teméis, hombres de poca fe? Y levantándose al punto, mandó a los vientos y a la mar, y se siguió una grande bonanza." San Mateo VIII, 26. 

Antes de que nuestro Señor obrara el milagro en el mar, los discípulos imploraron su ayuda y protección: "Y entrando él en un barco, le siguieron sus discípulos: Y sobrevino luego un grande alboroto en la mar, de modo que las ondas cubrían el barco; más él dormía. Y se llegaron a él sus discípulos, y le despertaron diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos." San Mateo VIII, 23. 

Es necesario implorar permanentemente el auxilio divino para dejar el estado de pecado habitual, para la reforma de costumbres, para conservarnos en la gracia y amistad con Dios nuestro Señor. 

La oración es fundamental: "No nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal." La oración es la elevación del alma a Dios, para adorarle, darle gracias, implorar perdón por nuestros pecados y pedirle lo que necesitamos. 

Imploremos, queridos hermanos, desde los más profundo de nuestro ser la gracia de Dios, una súplica permanente nacida del convencimiento de nuestra miseria y necesidad que tenemos de nuestro Padre: Con contritum, et humiliatum Deus non despicies. "Al corazón contrito y humillado no lo despreciarás, o Dios." Salmo L, 19. 

Los errores, reveses y fracasos de la vida deben servirnos para conocer nuestra poquedad, nuestra fragilidad, y para aprender a pedir la ayuda divina con humildad, para confiar en la Divina Providencia, en la misericordia de Dios, y levantarnos de tan lastimoso estado con amor filial a nuestro buen Pastor: "Porque siete veces caerá el justo, y se levantará: más los impíos se precipitarán en el mal." Proverbios XXIV, 16. 

Imploremos la intercesión de los bienaventurados,  recurramos a la augusta Madre de Dios, pidiendo su mediación por medio del santo Rosario, recemos con fe y esperemos el auxilio de nuestra Madre bondadosa. 

"Tan dueña es María de los bienes de Dios, que da a quien quiere, cuanto quiere y como quiere todas las gracias de Dios, todas las virtudes de Jesucristo y todos los dones del Espíritu Santo, todos los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria." San Luis María G. de Montfort, "El amor de la sabiduría eterna", capítulo XVII, No. 207. 


Dios te bendiga.




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