Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, el pecado mortal es la peor inversión que se puede hacer en nuestra vida, es una pérdida en todos los sentidos de la vida, pero el principal daño, perdemos la amistad con Dios y nos pone en grave peligro de condenación eterna.
El pecado reincidente esclaviza el alma, forma una dependencia, de la cual difícilmente puede ser liberada, quedando sometida a su pasión dominante, la cual esté en relación con la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia o la pereza.
"En todo pecado, el hombre se deja influenciar por el seductor original. Todo pecador, al pecar, se pone del lado de los enemigos de Dios, siendo el diablo el primero de ellos. El pecador se somete al diablo cuando deja de obedecer a Dios. El hombre no puede salir de la siguiente alternativa: o se somete a Dios o queda sometido al diablo". Michael Schmaus, Teología Dogmática, tomo II, § 124, página 274.
¿Por qué vivir habitualmente en pecado mortal? ¿Cuál es el beneficio de ésta dependencia?... "El estipendio y paga del pecado, es la muerte." Romanos VI, 23.
Relativamente, es fácil encadenarse al pecado, lo difícil es liberarse, vivir habitualmente en gracia de Dios; el pecado justifica todo, llegando al grado de negar la gravedad del mismo.
"El fariseo estando en píe, oraba en su interior de esta manera: Dios, gracias te doy porque no soy como los otros hombres, robadores, injustos, adúlteros: así como este publicano. Ayuno dos veces en la semana: doy diezmo de todo lo que poseo. Más el publicano, estando lejos, no osaba ni aun alzar los ojos al cielo: sino que hería su pecho, diciendo: Dios, muéstrate propicio a mí pecador. Os digo, que este, y no aquel, descendió justificado a su casa: porque todo hombre, que se ensalza, será humillado: y el que se humilla, será ensalzado." San Lucas XVIII, 11.
El verdadero mal no es la crisis económica, ni los malos gobiernos, ni la enfermedad; el mal real es el pecado mortal, basta uno para condenar un alma eternamente en el infierno.
Empecemos por nosotros mismos, por nuestra reforma de costumbres, por una vida cristiana, y nuestro entorno se irá trasformando de bien en mejor.
“Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos.” San Agustín, sermón LXXX.