Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, mucho nos afanamos por las necesidades del día a día, y no sin razón, porque de ellas dependen nuestra subsistencia en la tierra; pero llega a ser tanto el desgaste, poco el agradecimiento o valoración del esfuerzo, que el alma sufre un detrimento en su vida espiritual, y por consiguiente se refleja en toda su persona.
La vida es tan absorbente, que sin advertirlo abandonamos la oración o se hace mal, no hay tiempo para la meditación de las verdades eternas, mucho menos para frecuentar los sacramentos y demás prácticas de piedad cristiana.
Esto provoca paulatinamente un vacío existencial, un conformismo por no decir una vida estancada en la mediocridad, que se ha cansado de vivir; ¡pobres almas desgastadas por los afanes de cada día!
Detente, has una pausa en tu vida, da lugar a la meditación, a la oración y al silencio en compañía de Jesús sacramentado, corrige el rumbo y continua tu caminar por esta tierra que es un lugar de paso, porque nuestra patria es el paraíso.
"No os acongojéis pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con que nos cubriremos? Porque los gentiles se afanan por estas cosas. Y vuestro Padre sabe, que tenéis necesidad de todas ellas. Buscad pues primeramente el reino de Dios, y su justicia: y todas estas cosas os serán añadidas." San Mateo VI, 31.
Es muy de aconsejar, iniciar nuestra reforma de vida, implorando el auxilio de la Santísima Virgen María, mediante el rezo atento y pausado del santo Rosario, medio muy adecuado para alcanzar las gracias que necesitamos y la bienaventuranza eterna.
"Aún cuando os hallaseis en el borde del abismo o tuvieseis ya un pie en el infierno; aunque hubieseis vendido vuestra alma al diablo; aun cuando fueseis un hereje endurecido y obstinado como un demonio, tarde o temprano os convertiréis y os salvaréis, con tal que (lo repito, y notad las palabras y los términos de mi consejo) recéis devotamente todos los días el Santo Rosario hasta la muerte, para conocer la verdad y obtener la contrición y el perdón de vuestros pecados." San Luis María G. de Montfort, El secreto del Rosario.