Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, tenemos la oportunidad de platicar todos los días con Dios, de manifestarle nuestros sentimientos, ilusiones, miserias; en fin, tenemos las puertas abiertas para hablar con nuestro Creador en el lugar donde nos encontremos.
Nuestra fortaleza se encuentra en Dios nuestro Señor, nos elevamos a un plano sobrenatural, nuestras obras ordinarias pueden ser merecedoras de la eterna bienaventuranza, basta disponernos para una vida de unión con el Autor de nuestra vida. "Y cualquiera que os diere a beber un baso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo: En verdad os digo, que no perderá su galardón." San Marcos IX, 40.
Basta querer hablar con Dios para que nos escuche, inclusive, puede morar dentro de nosotros por la gracia, podemos llevar una vida sobrenatural: "Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él." San Juan XIV, 23.
Es fundamental nuestra voluntad, elegir libremente hablar con nuestro Dios, arrepentirnos de corazón, frecuentar los sacramentos, enmendar nuestra vida, reconocer nuestros errores, hacer penitencia por nuestros pecados; en síntesis, el cambio o la elección radica en nuestra libre decisión, no depende de terceros, pero debemos creer, tener fe: "El que creyere, y fuere bautizado, será salvo: Mas el que no creyere, será condenado." San Marcos XVI, 16.
Por esto, queridos hermanos, el pecado nos hace tanto daño, pues nos aparta de Dios nuestro Señor, nos priva de su presencia real en nuestra alma, nos expone a la condenación eterna, y así, san Alfonso María de Ligorio decía: "Que se pierda todo, antes que perder a Dios, y que sea disgustado todo el mundo, antes que lo sea Dios."
Roguemos a la bienaventurada siempre Virgen María, nos alcance una fe fuerte, interceda por nosotros para vivir en amistad con Dios; así mismo, pidamos a los Santos de nuestra devoción, que intercedan por nuestras necesidades materiales y espirituales.
"Esta Madre de misericordia es sumamente benigna, sumamente dulce, no solo para con los justos, sino también para con los pecadores desesperados. Por lo cual al ver que estos acuden a Ella, y al oír que buscan de corazón su ayuda, acude luego a su socorro, les acoge y les alcanza el perdón de su Hijo:" San Alfonso María de Ligorio, 'Las glorias de María', capítulo III, § 2º, página 111.