Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, el presente es el fruto de nuestro trabajo y desempeño, nuestra vida espiritual actual, es el resumen de nuestros hechos, lo mismo acontecerá en la hora de nuestra muerte; ¿a quién culpar?, ¿en quién justificarnos en el juicio particular?... ¿Culparemos al universo mundo, a las circunstancias, a la mala suerte, al demonio...? Los únicos responsables del uso de nuestra libertad somos nosotros.
Asumamos la responsabilidad de nuestra vida, tomemos el control de nuestros hechos, pongámosle rumbo y dirección a nuestra vida espiritual, dirijamos nuestra vida a la eterna bienaventuranza, utilicemos toda nuestra capacidad, dones y talentos al servicio del fin de nuestra estadía en la tierra, ¡es hora de despertar del letargo espiritual!
"Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón como por el Señor, y no por los hombres: Sabiendo que recibiréis del Señor el galardón de la herencia. Servid a Cristo el Señor." Colosenses III, 23.
Debemos servirnos de las cosas de la tierra para nuestra eterna salvación, aprovecharnos de todas las circunstancias a nuestro alcance para merecer el cielo, utilicemos nuestra capacidad en acrecentar bienes para la eternidad.
"Las cosas de este mundo fueron dadas al hombre para que le ayuden a conseguir su fin, que de ellas tanto debemos usar cuanto sirven al fin, y tanto dejar o quitar cuanto nos impiden." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
En las obras ordinarias, en nuestras obligaciones de estado, en el cumplimiento de nuestra vocación, en los trabajos espontáneas de nuestro corazón, podemos alcanzar merecimientos eternos, haciéndolo por nuestro Divino Redentor en gracia de Dios.
Queridos hermanos, se pierde mucho tiempo en los respetos y compromisos humanos, en las querellas y diatribas personales, en metas efímeras, en desear controlar a los demás... ¿Cuándo fijaremos toda nuestra atención y capacidad en nuestra salvación eterna?, ¿cuándo nos ocuparemos en el fin de nuestra existencia?
"¡Tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando." San Agustín, Confesiones, libro X, capítulo XXVII.
Procuremos meditar con frecuencia las verdades eternas, frecuentar el sacramento de la confesión y comunión, escuchar con fe la santa Misa, tener devoción a la Santísima Virgen María, implorar el patrocinio de los Santos, y perseverar en nuestras santas resoluciones.