Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, es aconsejable llegar a la madurez espiritual para vivir nuestra fe católica en la libertad de los hijos de Dios, pero es necesario apaciguarnos, tranquilizar nuestros ímpetus, centrarnos en nosotros y en Dios nuestro Señor, dejar que el mundo pase con sus ideas inoportunas, apartarnos de los distractores que restan estabilidad y energía.
"Esto os he dicho, para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis apretura, mas tened confianza, que yo he vencido al mundo." San Juan XVI, 33.
Se pierde mucho en la falta de definición, en el estado de pecado mortal, en condescender en las cosas que dañan nuestra salud espiritual, en buscar la paz y tranquilidad en las cosas efímeras del mundo.
Meditemos con frecuencia el fin y motivo de nuestra estadía en la tierra, el principio y fundamento, a saber: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
Queridos hermanos, apartémonos de las diatribas personales, de las querellas, de la somnolencia espiritual, configuremos nuestra vida con la de nuestro Señor Jesucristo, vivamos acorde a lo que somos y para el fin que existimos, cumplamos con nuestras obligaciones de estado, procuremos acrecentar nuestros dones y talentos; en síntesis, vivamos católicamente.
"Porque somos para Dios buen olor de Cristo, en los que se salvan, y en los que perecen." II Corintios II, 15.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos con una bendición de amor, que nos ayude a corresponder a la gracia de Dios, para que vivamos en la paz de Cristo.
"De nuevo, pues, y solemnemente afirmamos cuán grande es la esperanza que Nos ponemos en el santo Rosario para curar los males que afligen a nuestro tiempo. No es con la fuerza, ni con las armas, ni con la potencia humana, sino con el auxilio divino obtenido por medio de la oración -cuál David con su honda- como la Iglesia se presenta impávida ante el enemigo infernal". SS Papa Pío XII, Encíclica: 'Ingruentium malorum', No. 6, 15 de septiembre de 1951.