27 Jun
27Jun

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, en los momentos de abatimiento espiritual, en las dudas, dificultades, y caídas, debemos acudir con presteza a nuestro Padre celestial, implorar la misericordia de Dios, recurrir al sacramento de la confesión, entrar en un diálogo íntimo con el Autor de nuestra vida, reconocer nuestra miseria y convencernos de que sin Dios no podemos caminar.

"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, el que está en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no estuviere en mí será echado fuera, así como el sarmiento, y se secará, y lo cogerán, y lo meterán en el fuego, y arderá." San Juan XV, 5. 

Necesitamos de Dios nuestro Señor en nuestra vida, ocupamos de su gracia para trasformarnos, para llevar el buen olor de Cristo, para fructificar nuestros dones y talentos, para realizarnos en la presente vida, pues hemos sido creados para Él.

"Guárdame de todo pecado, y no temeré la muerte ni el infierno. Con tal que no me apartes de Ti para siempre, ni me borres del libro de la vida, no me dañará cualquier tribulación que venga sobre mí." Imitación de Cristo III, XVII, 4. 

El fin de nuestra existencia se resume en el primer mandamiento de la ley de Dios: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todo tu entendimiento, y de todas tus fuerzas. Este es el primer mandamiento. Y el segundo semejante es a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mayor que estos." San Marcos XII, 30. 

Grave daño, es la presencia del pecado en nuestra vida, es una derrota, es la presencia de Satanás en nuestras obras, ¡cobremos entereza por seguir los pasos de nuestro Señor!, animémonos a vivir en la gracia de Dios, a ser templo vivo de la Santísima Trinidad, a santificar nuestras obras con el buen olor de Cristo, ¡vivamos bien y serán buenos los tiempos!

Salgamos del adormecimiento espiritual, pongámosle rumbo a nuestra vida, tengamos propósitos concretos, objetivos claros, motivos para vivir y desarrollarnos, busquemos el reino de Dios en nuestra vida diaria, que nuestras obras ordinarias sean merecedoras de la vida eterna.

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos con su mano maternal, que nos alcance las gracias necesarias para vivir en santidad de vida, que nos conceda la santa perseverancia para merecer la bienaventuranza eterna.

"Esta Madre de misericordia es sumamente benigna, sumamente dulce, no solo para con los justos, sino también para con los pecadores desesperados. Por lo cual al ver que estos acuden a Ella, y al oír que buscan de corazón su ayuda, acude luego a su socorro, les acoge y les alcanza el perdón de su Hijo:" San Alfonso María de Ligorio, 'Las glorias de María', capítulo III, § 2º, página 111. 


Dios te bendiga.



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