Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, el pecado mortal es la transgresión de la ley de Dios en materia grave, nos priva de la presencia de la augusta Trinidad en nuestra alma, nos expone al infierno, es una grave ofensa que inferimos al Autor de nuestra vida; y todo ¿por qué o para qué?... Un momento de placer, un arrebato, una libre elección, un tiempo que de no recuperar con presteza la gracia, se puede convertir en permanencia o en un estado habitual de apartamiento de Dios nuestro Señor.
¿Cómo vivir en el mundo sin corromperse? Necesaria es la gracia de Dios, unida a nuestra voluntad, para sostenernos en la amistad con nuestro Divino Redentor; es necesario ejercitarnos en el combate espiritual, dominar nuestra carne, protegernos con las armas espirituales para resistir a las insidias del mundo, demonio y carne, que hacen alianza contra nuestra salvación eterna.
"En todo pecado, el hombre se deja influenciar por el seductor original. Todo pecador, al pecar, se pone del lado de los enemigos de Dios, siendo el diablo el primero de ellos. El pecador se somete al diablo cuando deja de obedecer a Dios. El hombre no puede salir de la siguiente alternativa: o se somete a Dios o queda sometido al diablo". Michael Schmaus, Teología Dogmática, tomo II, § 124, página 274.
Por esto es necesario definir que es exactamente lo que queremos, meditar en el fin de nuestra existencia, instruir nuestro intelecto con las verdades eternas, fortalecer nuestra voluntad con la frecuencia de los sacramentos, implorar el auxilio de la bendita Madre de Dios, encomendarnos a los bienaventurados que gozan de la presencia de Dios; en síntesis, tomar el control de nuestra vida, asumir nuestra responsabilidad, vivir sobrios y vigilantes.
"Sed sobrios, y velad: porque el diablo vuestro adversario anda como león rugiendo al rededor de vosotros, buscando a quien tragar: resistidle fuertes en la fe: sabiendo que vuestros hermanos esparcidos por el mundo, sufren la misma tribulación." San Pedro V, 8.
Llegamos a perder mucho tiempo en las vacilaciones, en divagar en las cosas del mundo, en la disipación, se nos puede ir la vida entera en trivialidades, es tiempo de despertar, de asumir las riendas de nuestra vida, de tomar el control de nuestros actos, de consagrarnos y ocuparnos en la salvación eterna de nuestra alma. "Que haría un condenado si tuviese el tiempo que yo tengo? Y yo, ¿qué hago?... "
Pidamos la fortaleza del Espíritu Santo, procuremos hacer buenas confesiones, santas comuniones, instruirnos en la fe católica, tener un tiempo cada día para la oración, examinar nuestra conciencia, fijar objetivos realistas en nuestra vida espiritual, ayudar a la salud espiritual de nuestro prójimo, tener algún apostolado en bien de la gloria de Dios.
“Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos.” San Agustín, sermón LXXX.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne infundirnos las gracias que necesitamos, la fortaleza del Espíritu Santo, la indulgencia de la caridad, y la santa perseverancia que nos alcance la bienaventuranza eterna.