Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, debido a la fragilidad de nuestra humana naturaleza, herida en el pecado original, combatida nuestra alma por el mundo, demonio, y carne; se hace necesario la ayuda sobrenatural de la gracia, la intercesión de la augusta Madre de Dios, la protección de los bienaventurados, el socorro de los ángeles, que juntos, vengan en nuestra ayuda para vivir en amistad con nuestro Divino Redentor, para merecer la eterna bienaventuranza, para no sucumbir en el combate espiritual.
"El que habita en el socorro del Altísimo, morará en la protección del Dios del cielo. Dirá al Señor: amparador mío eres tú, y refugio mío: mi Dios, en él esperaré. Porque él me libró del lazo de los cazadores, y de palabra áspera. Con sus espaldas te hará sombra, y bajo sus alas esperarás." Salmo XC, 1.
¿Por qué te afliges alma mía en la tribulación?, ¿por qué te conturbas ante las dificultades, errores, y desaciertos?... En definitiva, porque somos simples seres humanos, que necesitamos de la ayuda de la Divina Providencia, de la gracia de Dios que convierte los males en bienes para quienes aman a nuestro Señor.
"Y sabemos también, que a los que aman a Dios, todas las cosas les contribuyen al bien". Romanos VIII, 28.
Debemos ejercitarnos en invocar con frecuencia la gracia del Altísimo, en hacer actos de adoración a la Santísima Trinidad, en implorar el socorro de la bienaventurada siempre Virgen María; porque aún y cuando estemos desamparados del favor humano, desgastados por nuestros errores, agobiados por nuestra cruz, siempre tenemos la esperanza de encontrar remedio a nuestras necesidades en Dios nuestro Señor.
"Y Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido, que tú eres el Cristo el Hijo de Dios." San Juan VI, 69.
Cerca de Dios, la vida es mejor, porque es un yugo de amor, porque tenemos un Padre amoroso que nos consuela, nos ayuda, nos alienta en la tribulación, y nosotros somos sus hijos por la gracia del santo bautismo, hechos a su imagen y semejanza.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos proteja con su manto maternal, nos aliente en nuestras dificultades, nos conduzca a la vida eterna con su poder.
"Tan dueña es María de los bienes de Dios, que da a quien quiere, cuanto quiere y como quiere todas las gracias de Dios, todas las virtudes de Jesucristo y todos los dones del Espíritu Santo, todos los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria." San Luis María G. de Montfort, "El amor de la sabiduría eterna", capítulo XVII, No. 207.