Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, el Evangelio nos dice: "Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido". San Juan XVI, 23. Debemos aprender a pedir nuestras necesidades eternas y temporales, implorar con constancia nuestras plegarias al Eterno Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo: "En aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros: Porque el mismo Padre os ama, porque vosotros me amasteis, y habéis creído que yo salí de Dios." San Juan XVI, 26.
Debemos pedir en nombre de Jesucristo los bienes eternos que nos mereció con su muerte, pedir con una entera confianza en solo sus méritos, persuadidos por la fe que Dios no recibe favorablemente nuestras adoraciones, nuestras plegarias y nuestras acciones de gracias, sino cuando le son presentadas por Jesucristo nuestro Divino Redentor.
¿Cómo debemos pedir? "Y cuando orares, no hables mucho, como los gentiles. Pues piensan, que por mucho hablar serán oídos. Pues no queráis asemejarnos a ellos, porque vuestro Padre sabe lo que habéis menester, antes que se lo pidáis. Vosotros pues así habéis de orar: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre..." San Mateo VI, 7.
La santísima Virgen María, participa sobreabundantemente de los méritos de nuestro Señor Jesucristo, por ser la Madre de Dios, Corredentora del género humano; los bienaventurados, también participan de los méritos de nuestro Divino Redentor, por eso recibimos gracias por su intercesión.
Tengamos la santa resolución de acercarnos a la oración con mayor fe en los méritos de nuestro Señor Jesucristo, avivemos nuestra confianza en alcanzar lo que necesitamos, recurramos con frecuencia a la Madre de Dios, a los Santos de nuestra particular devoción, en bien de nuestras necesidades temporales y eternas.
"Tan dueña es María de los bienes de Dios, que da a quien quiere, cuanto quiere y como quiere todas las gracias de Dios, todas las virtudes de Jesucristo y todos los dones del Espíritu Santo, todos los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria." San Luis María G. de Montfort, "El amor de la sabiduría eterna", capítulo XVII, No. 207.