Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, por lo regular las almas se encuentran en un ambiente favorable, en la prosperidad, en los éxitos, en los triunfos, en las victorias de la vida espiritual; pero difícilmente se recuperan ante los fracasos, ante sus propias equivocaciones, ante los descalabros, tardando meses e incluso años en restablecerse, en alistarse con destreza en el combate espiritual, algunas veces quedan resentidas, temerosas, frustradas, e incluso molestas con los caminos conducentes a la bienaventuranza eterna, argumentando que no nacieron para tales empresas espirituales.
Lo cierto es que buscan colocarse entre los triunfos, no en las derrotas de la vida espiritual, la Providencia quiera que nuestro caminar sea colmado de éxitos, pero lo común, hasta cierto punto, es que hemos de experimentar las contrariedades, reveses, y caídas en nuestro caminar, no por buscarlos intencionalmente, sino porque en cierta medida son parte del crecimiento o desarrollo espiritual.
Estos sinsabores, desaciertos, y derrotas en la vida, lejos de atemorizarnos o inmovilizarnos, deben fundarnos en la santa virtud de la humildad, deben hacernos conocer nuestra propia naturaleza, con el objetivo de desconfiar de la demasiada confianza en nosotros mismos, para fortalecernos en Dios nuestro Señor.
Hay ocasiones en que estamos tan embelesados en nosotros mismos, que figurativamente nos estamos contemplando constantemente en un espejo, convirtiéndonos en el centro de atención de nuestra vida espiritual, haciendo girar todas las cosas en torno a nosotros, lo cual viene a redundar en una soberbia espiritual, cuyo motor central es el amor a nosotros mismos, y no el amor a Dios nuestro Señor y a su sagrada voluntad.
"Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle, no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con éste o con aquél genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
Por supuesto que no debemos desarrollar nuestra vida espiritual con descuido, justificando nuestros hierros, o normalizando los pecados, al grado de considerarlos parte de nosotros; debemos combatirlos sin cuartel, porque lo contrario sería equivalente a una tibieza espiritual o a una conciencia desgarrada, sin embargo, si a pesar de poner todos los medios y cuidados, se presentan las caídas, debemos tener la habilidad de levantarnos con presteza, analizar las circunstancias, acudir a los Sacramentos, y emprender nuevamente el camino con inteligencia, buena voluntad y rectitud de intención.
"Porque siete veces caerá el justo, y se levantará: mas los impíos se precipitarán en el mal." Proverbios XXIV, 16.
San Pedro negó al Señor, pero se arrepintió y con presteza continuó su caminar, a diferencia de Judas Iscariote que su pecado lo llevo a la desesperación y al suicidio; Dimas, "el buen ladrón" se sirvió de su pecado para implorar la misericordia de Jesucristo nuestro Señor, obteniendo el perdón y la bienaventuranza eterna, a diferencia de Gestas, que teniendo a Nuestro Divino Redentor a su lado, no se movió a arrepentimiento y contrición de sus pecados.
Vivamos católicamente, evitando la presencia del pecado en nuestra vida, pero si tenemos la desgracia de cometerlo después de haber combatido, acerquémonos con un corazón contrito y humillado a la sagrada confesión, teniendo la firme esperanza que a base de combatir, de luchar, y esforzarnos unidos a la gracia de Dios, hemos de alcanzar la eterna bienaventuranza.
"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos alcance las gracias necesarias para nunca apartarnos de la caridad de Cristo, para perseverar en la unión con nuestro Divino Redentor, para sobreponernos a nuestras flaquezas e inconsistencias cuantas veces sea menester.