12 Jul
12Jul

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, la fortaleza del católico está en su fe, en la inhabilitación del Espíritu Santo en su alma por la gracia, en las obras ordinarias elevadas a la vida sobrenatural por la gracia de Dios, de tal manera, que debe fortalecerse en Dios nuestro Señor, su autoestima es interna, no debe hacer consistir su vida en la aprobación externa, en los respetos humanos, en la buena fama, en la salud, en la riqueza, en la vida larga, porque esto lo hace sumamente vulnerable. 

"La gracia santificaste convierte al justo en templo del Espíritu Santo (sentencia cierta)". Ludwig Ott, Manual de teología dogmática, página 396.

Tarea nada fácil, porque hablamos de un crecimiento espiritual, de una fortaleza interna, fundada en lo más profundo del alma, en su relación con nuestro Divino Redentor. Pero solamente así, podemos sobreponernos a las penalidades a que estamos expuestos en la presente realidad, a las fragilidades de la naturaleza humana, a los cambios ordinarios en el proceder de nuestros semejantes, a las miserias humanas. 

"¡Tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando." San Agustín, Confesiones, libro X, capítulo XXVII. 

Debemos concentrarnos en vivir bien, en procurar nuestro bien eterno y temporal, en consolidarnos en la vida espiritual conforme a nuestros dones y talentos, acorde a nuestras circunstancias particulares, de cuya fortaleza interna podremos irradiar a nuestros semejantes el buen olor de Cristo, transmitir la gracia de Dios que estamos viviendo.

“Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos.” San Agustín, sermón LXXX.

Esto, queridos hermanos, es fruto de una vida católica, de la experiencia, de la meditación de las verdades eternas, de la frecuencia de los Sacramentos, de la fe en la santa Misa, de la devoción a la augusta Madre de Dios, de la práctica de las virtudes y dominio de las pasiones, de la vida de oración, y demás obras de piedad cristiana. 

Por esto San Ignacio de Loyola no condiciona el servicio de Dios a las circunstancias externas, a un estado de vida particular, lo hace para todos, en las condiciones en que se encuentren, bastando la voluntad y la firme determinación de servir a nuestro Divino Redentor: "Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con éste o con aquél genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos, ampararnos, y otorgarnos las gracias necesarias para fortalecernos en su divino Hijo, para perseverar en la vida espiritual, y buscar en todo la mayor honra y gloria de Dios nuestro Señor. 


Dios te bendiga.


  

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.