Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, la vida actual con sus obligaciones, compromisos, y circunstancias, hace compleja la unión con Dios nuestro Señor, porque de una forma regular se lanza a lo exterior, a la vida agitada, al exceso de activismo que agota el alma, que hace compleja la meditación de las verdades eternas, que complica la oración de unión con Dios; y, sin embargo, aquí debemos aprender a vivir católicamente, a poner orden en nuestra vida, a priorizar nuestras ocupaciones.
Muchas veces debemos hacer un alto en nuestra vida, analizar lo que daña nuestra salud espiritual, examinar nuestra conciencia para conocer los peligros a los que estamos expuestos; por esto, san Ignacio de Loyola insiste en la práctica de los ejercicios espirituales, en el retiro que nos permita conocernos mejor, hacer conciencia de nuestro fin para el cual hemos sido creados, meditar en lo que estamos haciendo con nuestra vida, para poner los remedios saludables para bien de nuestra salud espiritual.
"Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo." Imitación de Cristo, III, I, 1.
Definitivamente, no se puede quedar bien con todos, porque primero estamos nosotros, nuestra eterna salvación, nuestras obligaciones de estado; por lo cual, empecemos por poner orden en nuestra propia casa; y claro que tenemos que priorizar, dejar actividades que no son importantes, aprender a decir muchas veces que no podemos, porque primero está nuestra salvación.
"Porque ¿qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? O ¿qué cambio dará el hombre por su alma?" San Mateo XVI, 26.
El activismo del mundo agota el espíritu, nos roba las energías para la oración, agobia la lozanía espiritual, por lo cual, debemos priorizar, determinar hasta donde podemos ayudar a nuestro prójimo sin detrimento de nosotros mismos, medir los costos que hemos de sufragar por los compromisos humanos, y en ocasiones es poco el bien espiritual que podemos hacer, y mucho el desgaste personal.
"¡Tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando." San Agustín, confesiones, libro X, capítulo XXVII.
Tengamos la santa costumbre de retirarnos de cuando en cuando a los ejercicios espirituales, de leer pausadamente las sagradas escrituras, de invocar al Espíritu Santo, de frecuentar los sacramentos, de tener un plan de vida, de analizar los peligros a los cuales nos exponemos, en fin, de tomar conciencia de nuestra vida para dirigirla a la salvación eterna.
Roguemos a la santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado, nos conceda una vida ordenada, unida a Dios nuestro Señor por la gracia, y la perseverancia final.