Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, en medio del mundo y sus circunstancias particulares que nos han tocado vivir, inmersos en las limitaciones de nuestra humana naturaleza, debemos ante todo procurar vivir en gracia de Dios, de tal manera, que las adversidades a las que estamos expuestos no logren apartarnos de la amistad con Dios nuestro Señor, pues es el pecado mortal lo que realmente nos expone a la condenación eterna.
"El pecado mortal es el mal, y, a decir verdad, el único mal, que existe, ya que todos los otros no son sino consecuencia o castigo de él." Tanquerey, manual de teología ascética y mística, no. 714, II.
Tal como acontece en la vida humana, donde los niños aprenden a caminar, a hablar, a conducirse cristianamente, de igual manera, debemos aprender a vivir en gracia y amistad con Jesucristo nuestro Señor, para lo cual, requerimos guardar los mandamientos de la ley de Dios, cumplir nuestras obligaciones de estado, y fortalecernos en la frecuencia de los sacramentos, así como en la oración cotidiana y en la invocación frecuente de la augusta Madre de Dios.
Al principio parece un poco complicado, difícil, pero poco a poco, con la práctica, la buena voluntad, la perseverancia acompañada de la gracia de Dios, la vida espiritual se va fortaleciendo en cada uno de nosotros, que a pesar de las caídas y recaídas, logremos levantarnos rápidamente a la unión con nuestro Divino Redentor.
Pero esto requiere perseverancia en los medios de santificación, como lo son las oraciones de la mañana y de la noche, el rezo del santo rosario, la meditación asidua de las verdades eternas, la lectura espiritual, el examen de conciencia, la invocación de los Santos y de la bendita Madre de Dios, y sobre todo, de la frecuencia de los sacramentos que nos dan la fortaleza y limpian las manchas hechas por el pecado en nuestra alma.
"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
Siendo fundamental la voluntad y la disposición para retomar el camino espiritual cuantas veces sea necesario, a pesar de los errores y tropiezos personales, aprender a perdonar a los que nos han injuriado para no guardar resentimientos en nuestra alma, así como, estudiar nuestras caídas y recaídas por medio del examen de nuestra conciencia, para estar precavidos conociendo nuestras debilidades, limitaciones, y circunstancias en las cuales somos débiles.
"Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
Existen personas enamoradas de ellas mismas, quienes buscan la perfección espiritual no por amor a Dios, sino por amor a ellos mismos, teniendo miedo de lo que dice la gente, siendo en el fondo almas encadenadas por el amor a ellos mismos y presas de los respetos humanos; a los cuales, Dios en su infinita misericordia les permite conocer su miseria con base en sus propias obras, para que se funden en la santa virtud de la humildad, buscando el bien de Dios por encima de los gustos personales.
"Mirad, no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos: de otra manera, no tendréis galardón de vuestro Padre, que está en los cielos. Y así cuando haces limosna, no hagas tocar la trompeta delante de ti, como los hipócritas hacen en las sinagogas, y en calles, para ser honrados de los hombres: En verdad os digo, recibieron su galardón." San Mateo VI, 1.
Una de las razones por las cuales Dios nuestro Señor, permite que caigamos en el pecado mortal por nuestros propios errores, es para desconfiar de nosotros mismos, para conocer nuestra fragilidad, que lejos de desalentarnos como les acontece a los soberbios, confiemos en la misericordia de Dios, utilizando nuestra inteligencia y voluntad, así como los dones que hemos recibidos para buscar perseverantemente nuestra santificación con el objetivo de darle mayor honra y gloria a nuestro Divino Redentor.
"Porque siete veces caerá el justo, y siempre volverá a levantarse; al contrario, los impíos se despeñarán más y más en el mal." Proverbios XXIV, 16.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos y ampararnos en nuestras desolaciones y noches oscuras, para que lejos de apartarnos del camino de nuestra salud espiritual, nos mueva a desconfiar de nosotros mismos y nos lleve a confiar en Dios nuestro Señor.