Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, debemos procurar vivir en estado de gracia, estar unidos al Autor de nuestra vida por su presencia en nuestra alma, de tal suerte que more en nosotros la Santísima Trinidad, que nuestras obras ordinarias sean santificadas por la gracia de Dios nuestro Señor; "Para cada acto saludable es absolutamente necesaria la gracia interna y sobrenatural de Dios (gratia elevans; de fe)." Ludwig Ott, Manual de teología dogmática, página 354.
Dios nuestro Señor puede y quiere morar en cada alma por su gracia, para lo cual requiere estar bautizado y encontrarse en estado de gracia, si ha tenido la desgracia de cometer pecado mortal, acudir al sacramento de la penitencia para ser absuelto de sus pecados.
"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras". San Juan XIV, 23.
"A los que perdonáreis los pecados, perdonados les son, y a los que se los retuviéreis, les son retenidos." San Juan XX, 23.
Lo que santifica y le da un valor sobrenatural a nuestras obras es la inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros: "El Espíritu Santo habita en el alma del justo no sólo por medio de la gracia creada, sino también con su sustancia increada y divina (inhabitatio substantialis sive personalis)". Ludwig Ott, Manual de teología dogmática, página 396.
Somos templos vivos del Espíritu de Dios por el estado de gracia, la cual es incompatible con el pecado mortal; de aquí radica el esfuerzo que debemos tener para vivir en gracia de Dios, para apartarnos del pecado mortal, para frecuentar el sacramento de la penitencia y de la sagrada comunión, para llevar una vida católica que nos permita tener la verdadera libertad de los hijos de Dios.
"¿No sabéis, que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" Corintios III, 16.
Imploremos el auxilio de la bienaventurada Madre de Dios, pidamos con frecuencia su bendición, protección, patrocinio, para vivir en gracia y amistad con Dios nuestro Señor, perseveremos en nuestras santas resoluciones hasta el fin de nuestra vida buscando la eterna bienaventuranza.
"Esta Madre de misericordia es sumamente benigna, sumamente dulce, no solo para con los justos, sino también para con los pecadores desesperados. Por lo cual al ver que estos acuden a Ella, y al oír que buscan de corazón su ayuda, acude luego a su socorro, les acoge y les alcanza el perdón de su Hijo:" San Alfonso María de Ligorio, 'Las glorias de María', capítulo III, § 2º, página 111.