Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, nuestros cuerpos son templos consagrados el día del santo bautismo, lugares donde mora el espíritu de Dios por la gracia; al cual desciende por la sagrada comunión, donde recibimos, el cuerpo, sangre, alma, y divinidad de nuestro Divino Redentor.
"¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" Corintios III, 16.
"La gracia santificante convierte al justo en templo del Espíritu Santo. (sentencia cierta)" Ludwig Ott, manual de teología dogmática, página 396.
Aunque seamos juzgados o señalados por el mundo como personas de poco valor, poseemos la dignidad de hijos de Dios por el santo bautismo, el Autor de la naturaleza mora en nosotros por la gracia, poseemos un alma que subsiste después de la muerte del cuerpo, y que este, ha de resucitar para habitar eternamente en su destino final.
Esto nos debe impulsar a querernos, protegernos, cuidarnos, porque somos templos de Dios, donde habita el Espíritu Santo por la gracia; donde el pecado mortal nos quita la presencia de Dios, nos expone al peligro de condenación eterna.
"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras." San Juan XIV, 23.
Conocedores de que somos templos del Espíritu Santo, de que hemos de ser juzgados, de que recibiremos la sentencia eterna para habitar en el cielo con el favor de Dios, o en el infierno si morimos en estado de pecado mortal; debemos esforzarnos en vivir en gracia de Dios, en guardar los mandamientos de su santa ley, frecuentar los sacramentos para bien y provecho nuestro; en síntesis, debemos cuidarnos, protegernos, y resguardarnos, como morada del Espíritu Santo.
"El pecado mortal es el mal, y, a decir verdad, el único mal, que existe, ya que todos los otros no son sino consecuencia o castigo de él." Tanquerey, manual de teología ascética y mística, no. 714, II.
No podemos volver a la nada porque ya existimos, y no está en nuestra facultad; lo que si podemos, es vivir conforme a los mandamientos divinos o apartarnos de ellos, pero también es cierto, que hemos de presentarnos al juicio particular, por decreto divino, lo queramos o no; y entonces, ¿qué necesidad de sufrir, de dañarnos con el pecado mortal?...
Por tanto, procuremos instruirnos en nuestra fe católica, fortalecernos con la recepción de los sacramentos, ejercitarnos en las virtudes que más hemos menester, dedicar un tiempo cada día para la oración, conocernos mediante el examen de nuestra conciencia, tener un plan de vida conforme a nuestra condición, estado, dones, y talentos, de tal manera que nos realicemos en la tierra y alcancemos el reino de los cielos.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, pidamos su amparo y protección, imploremos su patrocinio, para perseverar en el servicio de Dios hasta el fin de nuestra vida, y así, alcanzar la bienaventuranza eterna.
Dios te bendiga.