12 May
12May

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, en todas nuestras labores, principalmente en la vida espiritual, debemos hacer nuestro mejor esfuerzo, esperando todo de la mano de Dios: la obra de nuestra santificación, de nuestra unión con nuestro Divino Redentor, es una labor de toda la vida, en la que debemos aprender que no somos perfectos, ni consumados en virtud, antes bien, seres frágiles que poco podemos por nuestras propias fuerzas, dados a envanecernos por nuestros logros debido a la herida del pecado original con la cual hemos nacido. 

"Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajaron los que la edifican. Si el Señor no guarda la ciudad, inútilmente vela el que la guarda." Salmo CXXVI, 1. 

Por supuesto que hay que trabajar, pero no lo hagamos a la manera de los que edificaron la torre de babel, que fueron confundidos por su soberbia, o como quien da limosna para ser alabado de los hombres; antes al contrario, hacer las obras en secreto procurando en todo agradar única y exclusivamente a Dios nuestro Señor, de quien debemos esperar la recompensa eterna. 

Dios siempre nos ha de conceder las gracias necesarias para nuestra santificación, así como la Providencia ha de proveer de lo necesario para nuestra subsistencia, de tal modo, que nosotros debemos estar conscientes que debemos hacer nuestro mejor esfuerzo conforme a nuestra capacidad, sin envanecernos de nuestros logros, ni amedrentarnos por nuestros fracasos. 

Debemos ser valerosos, osados, arrojados en nuestras empresas, utilizar y engrandecer los dones y talentos que hemos recibido, recordando en todo el fin de nuestra estadía en la tierra, para darle el tributo de amor, de adoración a Dios nuestro Señor, de cooperar a la salvación eterna de las almas, sin olvidar nuca que: Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajaron los que la edifican.

Ante todo, se requiere la gracia de Dios, unida a nuestra voluntad, capacidad, inteligencia, perseverancia; de tal manera, que la suma de estos elementos den como resultado la estabilidad en la vida espiritual, los merecimientos para la eternidad, el estado habitual en gracia de Dios.

Evitemos el estarnos quejando de todo lo negativo que nos acontece, de culpar al pasado o al universo mundo de nuestro poco aprovechamiento, de victimizarnos, de buscar enemigos reales o imaginarios a los cuales responsabilizar de nuestro poco aprovechamiento.

Necesaria es la determinada determinación para apartarnos del mundo y entregarnos a Dios nuestro Señor, para buscar tiempo a propósito para la oración y la meditación de las verdades eternas, así como para evitar inmiscuirnos en todo aquello que no nos corresponde, ni nos trae ganancia alguna. 

"Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo." Imitación de Cristo, III, I, 1. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos, fortalecernos, y concedernos la santa perseverancia, para trabajar en bien de nuestra salvación eterna y de la de nuestros hermanos. 


Dios te bendiga. 


 

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