24 Jan
24Jan

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, antes de pretender cambiar a nuestro prójimo, entorno, y círculo más cercano, iniciemos por cambiar nosotros, por vivir en gracia de Dios, por llevar el buen olor de Cristo en nuestra vida, de tal manera que sean nuestros actos hechos con recta intención una invitación a practicar la virtud y la vida cristiana; por tanto, no pretendamos ser jueces de los demás, sino que ocupémonos de guardar la santa ley de Dios, de cumplir con nuestras obligaciones de estado, y de acrecentar los dones que hemos recibido. 

Este es un camino más largo, con mayores fatigas y cuidados, pero es más seguro y benéfico, tanto para nosotros como para nuestro prójimo, pues estamos predicando con el ejemplo, combatiendo nuestra concupiscencia, luchando con nuestras propias inclinaciones y tentaciones, dando de esta manera, ejemplo de vida y costumbres, mostrando con los hechos nuestra fe y devoción. 

"Porque somos para Dios buen olor de Cristo, en los que se salvan, y en los que perecen." II Corintios II, 15.

Para esto, es conveniente dejar de justificarnos o de culpar al universo mundo de nuestros errores o defectos, esto es lo que somos, independientemente de la historia y pasado que tengamos, con lo cual debemos trabajar y ejercitarnos en la virtud, en el celo por nuestra propia salvación eterna, en el cuidado de nuestra salud espiritual, de tal manera que a su tiempo demos ejemplo a nuestro prójimo de una vida católica, y de perseverancia. 

No debemos desanimarnos ante nuestras propias caídas, miserias y defectos que hemos de padecer, pues estamos expuestos en el combate por nuestra eterna salvación, donde tenemos tres enemigos, a saber: el mundo, el demonio, y la carne; contra los cuales debemos resguardarnos con el escudo de la fe, con el arnés de Dios, con el ejercicio de la virtud; perseverando a pesar de los fracasos que podamos sufrir, de los errores que podamos padecer, de las tentaciones en que podamos flaquear. 

"Porque siete veces caerá el justo, y se levantará: más los impíos se precipitarán en el mal." Proverbios XXIV, 16. 

La vida del católico, es un combate permanente mientras estemos en este mundo, pues es un tránsito a la eternidad, es una prueba que termina con la muerte, donde debemos demostrar nuestra fe y devoción a Dios nuestro Señor mediante el cumplimiento de sus santos mandamientos, de nuestras obligaciones de estado, y haciendo fructificar los dones que hemos recibido. 

Es muy importante, amados hermanos, no desfallecer ante nuestros propios errores y pecados, no desalentarnos ante los escándalos que podamos presenciar, pues no debemos depositar nuestra confianza y seguridad en los hombres, sino en Dios nuestro Señor que nos concede compañeros para una parte de nuestro camino, nos permite algunas veces conocer los escándalos de nuestros maestros para confiar solo en nuestro Divino Redentor, y permite que seamos tentados para fundarnos en la santa virtud de la humildad.

"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne fortalecernos en el camino de nuestra salud espiritual, aumente en nosotros el celo por la gloria de Dios y salvación eterna de las almas, concediéndonos su maternal cuidado hasta llegar al reino de los cielos. 


Dios te bendiga.



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