"No te ruego, que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, así como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos con tu verdad. Tu palabra es la verdad." San Juan XVII, 15.
Detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado.
Tarea nada fácil, pero tampoco difícil, es cuestión de empeñarse, de perseverar, de aprender a vivir, pues es la razón de nuestra estadía en la tierra.
El hombre es un compuesto misterioso de cuerpo y alma, de materia y espíritu que en él se juntan íntimamente para formar una sola naturaleza y una sola persona.
Debemos estar cimentados en la gracia de Dios para aprender a perdonar, olvidar, y no apartarnos de la Iglesia ante los escándalos que podamos presenciar, ni ante las miserias de la naturaleza humana.
Hemos nacido para vivir eternamente en el cielo, la presente vida es solo un paso a la eternidad, por lo cual debemos precavernos del verdadero peligro que es el pecado mortal.