Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, es muy fácil envanecernos en nuestros pequeños logros, llenarnos de amor a nuestra propia excelencia, cuando en realidad debemos buscar la gloria de Dios nuestro Señor, y la salvación eterna de las almas, particularmente de las que nos han sido encomendadas.
Cuando nos envanecemos en nuestras obras, corremos el riesgo de despreciar los aciertos de nuestros prójimos, de sentirnos superiores, trayendo como consecuencia la decadencia en la vida espiritual, porque nos estamos buscando a nosotros mismos, lo cual es muy grave en la vida del alma, porque puede caer en la simulación, en la soberbia espiritual, en la vana gloria.
Por esta razón, la Providencia permite que sigamos teniendo tentaciones, para no olvidarnos de nuestra condición humana, para ser más compresivos con nuestros semejantes, para implorar con mayor confianza la misericordia de Dios nuestro Señor.
"Todos los santos por muchas tribulaciones y tentaciones pasaron y aprovecharon. Y los que no las quisieron sufrir y llevar bien, fueron tenidos por malos y desfallecieron. No hay orden o religión tan santa, donde no haya tentaciones y adversidades." Imitación de Cristo I, XIII, 2.
Qué fácil es señalar los errores de los demás, defenestrar a los hombres de iglesia, mofarnos de las caídas de nuestros conocidos, llegándose a hacer como si nosotros estuviéramos confirmados en gracia, como si tuviéramos la certeza de que no hemos de errar en el camino de la vida espiritual.
"Bueno es que padezcamos a veces contradicciones, y que sientan de nosotros mal e imperfectamente, aunque hagamos bien y tengamos buena intención. Estas cosas de ordinario nos ayudan a ser humildes, y nos apartan de la vana gloria." Imitación deCristo I, XII, 1.
Dice el apóstol san Pablo: ¿Qué sabe de tentaciones el que no ha sido tentado?... Pues nosotros no conocemos las luchas internas de nuestros hermanos, la cruz que llevan, los demonios con los que deben combatir, así que procuremos no envanecernos en nuestros logros, no sea que vengamos a cometer los mismos errores, y aún peores si se nos aparta la gracia de Dios.
Cuando veamos en nuestro caminar a un hermano caído en la miseria espiritual, procuremos ayudarlo, hagamos las veces del buen samaritano que no siguió de largo, sino que se detuvo, lo curó, y lo llevó a una posada para que recuperara la salud; pues a cuantas personas en nuestro día a día podríamos ayudar con nuestras oraciones, limosnas, consejos, comprensión, y afecto.
"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos, fortalecernos en la santa virtud de la humildad, y concedernos la gracia de la perseverancia final.