18 Aug
18Aug

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, lo más importante es vivir en gracia de Dios, estar con nuestras lámparas encendidas para la vida eterna, ser  templo del Espíritu Santo, vivir en santidad de vida conforme a nuestra vocación, dones y talentos; en síntesis, la manera como nos preparamos a la eterna bienaventuranza, es viviendo en amistad con Dios nuestro Señor.

"La gracia santificaste convierte al justo en templo del Espíritu Santo (sentencia cierta)". Ludwig Ott, Manual de teología dogmática, página 396.

Por encima de toda obra, se encuentra nuestra relación con Dios nuestro Señor, vivir en gracia, es lo fundamental para nuestro bien eterno y temporal, porque nadie sabe ni el día, ni la hora de nuestra muerte, y no hay peor desgracia que morir en pecado mortal: Salvada el alma, todo está salvado; perdida el alma, todo está perdido, y perdido para siempre. 

Nuestro principal cuidado debe ser la salvación eterna de nuestra alma, para lo cual debemos ejercitarnos en apartarnos de lo que nos aparta de Dios, siendo esta la mejor manera de ayudar a nuestro prójimo y de amarnos verdaderamente a nosotros mismos, pues nuestras obras ordinarias se encuentran vivificadas por la presencia de la Santísima Trinidad en nuestra alma, los actos más ordinarios pueden tener merecimientos sobrenaturales en bien de nosotros y de los demás, porque se realizan con la asistencia de la gracia y rectitud de intención, buscando en todo la mayor honra y gloria de Dios nuestro Señor. 

"¡Tarde te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando." San Agustín, Confesiones, libro X, capítulo XXVII. 

¿Qué podemos hacer sin ti, oh Señor, Dios nuestro? No podemos ser miembros de la Iglesia Católica sin el santo bautismo, no podemos hacer obras meritorias sin la gracia, no podemos alcanzar la salvación eterna por nuestras propias fuerzas naturales, requerimos de la ayuda misericordiosa de nuestro divino Redentor, es Él quien nos da los frutos de vida eterna, quien nos da merecimientos sobrenaturales, quien nos fortalece en nuestra debilidad. 

"Y Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido, que tú eres el Cristo el Hijo de Dios." San Juan VI, 69.

Ocupémonos en frecuentar los santos sacramentos, particularmente la confesión y comunión, ejercitémonos en la reforma de costumbres, en aumentar nuestra fe en la santa Misa, en la devoción a la Madre de Dios, para lo cual nos será de gran utilidad el examen de conciencia, el retiro espiritual, la lectura y meditación de las verdades ternas, la ayuda de un director espiritual. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos, sostenernos en la divina gracia, conducirnos a la eterna bienaventuranza. 


Dios te bendiga.



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