Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, un hecho que detiene la consolidación espiritual, son los momentos, días o temporadas donde abandonamos la vida espiritual; independientemente de los motivos que lo provoquen, el alma pierde vigor y se va acostumbrando a tomar descansos, al principio justificados, a la postre, voluntarios, en cuyos espacios cobra vigor la concupiscencia, el naturalismo, una vida simplemente humana, que trae sus consecuencias en detrimento de la espiritualidad.
Por esto es importante el plan de vida, el examen de conciencia, el horario, de tal suerte, que nuestra vida se configure en Jesucristo nuestro Señor, que sea un alivio la vida de oración, la frecuencia de los Sacramentos, la devoción a la Madre de Dios, la lectura espiritual, y demás actos que conforman la vida católica.
"Me hiciste conocer a mí los caminos de la vida, me llenarás de alegría con tu rostro: deleites en tu derecha para siempre." Salmo XV, 11.
Consolidarse en la vida espiritual, madurar en la fe, es fruto de trabajo, esfuerzo, y dedicación; pero no confundamos la dedicación a los intereses de nuestra alma, con una tensión que nos impide disfrutar de las cosas que nos brinda Dios nuestro Señor por medio de sus criaturas, de los beneficios de la misma naturaleza, alegrémonos en la gracia.
"Me he alegrado en esto, que se me ha dicho: A la casa del Señor iremos." Salmo CXXI, 1.
Evitar el fingimiento en la vida espiritual, seamos nosotros, conservemos nuestro temperamento, las características personales de nuestro modo de ser; sencillamente procuremos impregnarnos del buen olor de Cristo de manera natural, fruto de la vida cotidiana de oración, de la lectura espiritual, de la frecuencia de los Sacramentos, pues recordemos que de la abundancia del corazón habla la boca.
Por supuesto que en el desarrollo ordinario, habrá errores, imperfecciones, algunas veces pecados, y reincidencias, pero hay un objetivo claro por el cual se está trabajando, combates en los que nos ejercitamos todos los días, que ayudados de la gracia, sumado a nuestra voluntad e inteligencia, deben dar como resultados la perfección conforme a nuestros dones y talentos por el fruto de la perseverancia.
"Cuando tu corazón caiga, levántalo suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con el conocimiento de tu miseria, sin asombrarte de tu caída, pues no es de admirar que la enfermedad sea enferma, la flaqueza sea flaca y la miseria miserable. Pero detesta con todo tu corazón la ofensa que has hecho a Dios, y lleno de valor y confianza en su misericordia, vuelve a emprender el camino de la virtud que habías abandonado." San Francisco de Sales, introducción a la vida devota; José Tissot, el arte de aprovechar nuestras faltas, capítulo I, página 18.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne bendecirnos y santificarnos, mantenernos en nuestros santos propósitos, sostenernos en nuestros desaciertos, alentarnos en los errores, y conducirnos a la bienaventuranza eterna.