Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, nuestra alma requiere paz y tranquilidad para centrarnos en nuestro Divino Redentor, tiempo para entregarnos al retiro espiritual, al encuentro con nosotros mismos y con nuestro Creador, para meditar con calma las verdades eternas, para examinar nuestra vida en orden a nuestra salvación eterna y hacer las reformas de vida pertinentes, en fin, la soledad y el silencio en compañía de nuestro Dios nos fortalece.
"Venid a mí todos los que estáis trabajados, y cargados, y yo os aliviaré. Traed mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que manso soy, y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. Porque mi yugo suave es, y mi carga ligera." San Mateo XI, 28.
El mundo regularmente tiene prisa, es absorbente, demandante, termina por agotar nuestra vitalidad física y espiritual; debemos tener cuidado, usar de las cosas del mundo para nuestra salvación eterna, y no ser absorbidos con detrimento de nuestra salud espiritual.
"Las cosas de éste mundo fueron dadas al hombre para que le ayuden a conseguir su fin, que de ellas tanto debemos usar cuanto sirven al fin, y tanto dejar o quitar cuanto nos impiden." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
El mundo nos absorbe en un modelo de vida que nos aparta del fin de nuestra existencia, es la oración y la meditación las que nos recuerdan el motivo de nuestra estadía en la tierra, los Sacramentos nos fortalecen, el orden de vida nos preserva de muchos peligros.
Empecemos con un poco de oración mental, con un corazón contrito y humillado en la presencia de Dios nuestro Señor, un poco de lectura espiritual, esto hará mucho bien a nuestra alma, pequeños detalles y acciones que vayan despertando en nosotros la vida espiritual; despacio, pero sin pausa caminemos hacia nuestra salvación eterna.
"No te ruego, que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, así como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos con tu verdad. Tu palabra es la verdad." San Juan XVII, 15.