12 Oct
12Oct

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, la vida presente que nos es concedida por la Divina Providencia, es un verdadero regalo que por vocación nos llama a la eterna bienaventuranza, nuestro destino es habitar en la casa de nuestro Dios, ser conciudadanos de los bienaventurados, gozar de la presencia del Autor de nuestra vida; qué privilegio tan grande hemos merecido, ser llamados a vivir eternamente en el cielo. 

"Una sola cosa he pedido al Señor, esta volveré a pedir, que more yo en la casa del Señor todos los días de mi vida". Salmo XXVI, 4. 

Hemos sido creados para la eternidad, ¡qué gran distinción y vocación!, nacidos para la vida eterna, para gozar de la presencia de Dios nuestro Señor eternamente; y es aquí donde debemos ver en su justa dimensión las cosas transitorias de la presente vida que termina con la muerte, la caducidad de los bienes materiales, la fugacidad de la honra humana, el término de los goces terrenos, la gravedad del pecado mortal que nos puede conducir al infierno.

Debemos ser cautos y previsores para usar de las cosas del mundo que nos son concedidas, para que nos aprovechen para la vida eterna, servirnos del mundo para nuestra eterna salvación, recordar con frecuencia que nuestra vida es un suspiro que termina con la muerte, pero la eternidad es para siempre. 

"Las cosas de éste mundo fueron dadas al hombre para que le ayuden a conseguir su fin, que de ellas tanto debemos usar cuanto sirven al fin, y tanto dejar o quitar cuanto nos impiden." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.

Mientras estemos en esta vida, siempre tendremos que luchar contra el mundo, el demonio, y la carne, así como contra nuestra concupiscencia; una batalla ineludible que se presenta al interior de nosotros, un combate espiritual que termina con la muerte, donde recibiremos la sentencia eterna, de donde debemos animarnos para la batalla sagrada por la conquista del Reino.

"Es, pues, la vida una lucha: porque nuestras facultades inferiores se inclinan con fuerza al placer, mientras que las superiores tienden hacia el bien honesto. Mas entre estos dos suele haber conflicto: lo que nos agrada, lo que es, o nos parece ser útil para nosotros, no es siempre bueno moralmente; será menester que la razón, para imponer el orden, reprima las tendencias contrarias y las venza: ésta es la lucha del espíritu contra la carne, de la voluntad contra la pasión." Tanquerey, compendio de teología ascética y mística, No. 55, 3º, página 38. 

Aquí está el sentido de la vida, el motivo de nuestra estadía en la tierra, en la conquista del Reino, ese debe ser el motor de nuestro vivir, la razón de nuestra existencia, que buscamos vivir eternamente en el cielo, para lo cual es menester amar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar el alma, como nos lo enseña san Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales. 

Para llegar al convencimiento de nuestro fin en la tierra, para vivir conforme a nuestra fe, es necesario el conocimiento de las verdades que Dios nos ha revelado, la meditación asidua de las verdades eternas, el estudio de la doctrina católica, la frecuencia de los Sacramentos, la devoción a la santísima Virgen María, la práctica de las virtudes que más hemos menester, el examen de conciencia para corregirnos, la invocación de los bienaventurados de nuestra particular devoción; en fin, se hace necesario llevar una vida católica. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, infunda en nosotros la gracia para vivir santa y piadosamente, de tal manera que alcancemos la salvación eterna, y ayudemos a muchas almas a su santificación. 


Dios te bendiga.


 

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