Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, la empresa más importante de nuestra existencia, es la salvación eterna de nuestra alma, porque la vida presente es por algunos años, la cual termina con la muerte, pero el alma subsiste a la separación del cuerpo material, para vivir eternamente en el cielo o en el infierno; luego entonces, debemos trabajar por alcanzar la bienaventuranza eterna.
"Cada hombre posee un alma individual e inmortal (de fe)". Ludwig Ott, manual de teología dogmática, página 167.
Son muchas las ocupaciones y preocupaciones a que estamos expuestos sobre la tierra, pero nunca debemos perder de vista nuestro fin último, la razón de nuestra existencia, el motivo de nuestra estadía en el mundo, el principio y fundamento que escribe san Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma."
Por supuesto que debemos ocuparnos en nuestras obligaciones de estado, en hacer las cosas lo mejor posible, pero cuidando de vivir en gracia y amistad con Dios nuestro Señor, hacer las obras ordinarias, las ocupaciones humanas, así como las más las altas y elevadas, para la mayor honra y gloria de nuestro Señor Jesucristo.
"Pues si coméis, o si bebéis, o hacéis cualquiera otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios." Corintios X, 31.
Tenemos dones y talentos que hemos recibido de la Divina Providencia, los cuales debemos conocer, utilizarlos para nuestro bien eterno y temporal, que están en perfecta armonía con nuestra misión histórica, con la vocación, y con las obligaciones de estado que guardamos.
"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales.
Cuidemos pues, amados hermanos, de vivir en gracia de Dios, de donde redunda la importancia, vitalidad, fecundidad, de frecuentar los Sacramentos, de alimentarnos con la sagrada Comunión, de conocer la fe católica, de tener meditación asidua de las verdades eternas, la devoción a la Madre de Dios y a los bienaventurados, de vivir católicamente, de tal manera que aseguremos nuestra salvación eterna.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne sostenernos en la gracia, santificarnos en el cumplimiento de nuestras obligaciones de estado, acrecentando nuestros dones y talentos por el fruto de la perseverancia hasta entrar en las mansiones eterna.