Instrucción religiosa

La verdadera humildad no consiste en querer ser tenido por humilde; sino en querer ser reputado por despreciable y vil.

El Concilio de Trento nos enseña que Dios no manda cosas imposibles, sino que quiere que pongamos de nuestra parte cuanto podamos, y pidamos gracia para hacer lo que no podemos por nosotros mismos.

La pereza se reduce al deleite sensible porque nace del amor al placer, en cuanto que nos inclina a evitar el esfuerzo y la molestia.

Por muy peligrosa que sea la sola sugestión, no es pecado, mientras no haya sido procurada o consentida libremente: no hay pecado sino cuando la voluntad presta su consentimiento.

Guardarse de decir: fulano dijo esto de vos; siendo cosa que le puede dar disgusto; porque eso sirve para enconar al uno con el otro, y sembrar discordia entre los hermanos.

Pues lo que no querríais que se hiciese con vos, no lo hagáis vos con otro; que esa es la regla de la caridad.

Muchas veces el secreto de su mal está en que les falta desprendimiento; allá en un rinconcito del alma traen alguna cosilla de la cual no se han podido desprender y aquello es el mal, aquello es lo que hace que no puedan avanzar.

El mayor enemigo de la vida espiritual, según el sentir de los autores espirituales, no es el mundo con sus tentaciones, ni el demonio con sus asechanzas, sino el amor desordenado de sí mismo.

El demonio se aprovecha de nuestras faltas para infundirnos el desaliento y ya sabe que es una de sus mejores armas.

El segundo engaño es prometerme, no solamente larga vida, sino asegurarme que tendré salud, fuerzas y contento con los bienes que poseo, y que ellos también durarán tanto como yo.

Las sequedades son unas privaciones de los consuelos sensibles y espirituales que favorecen la oración y el ejercicio de la virtud. A pesar de todo el trabajo que pongamos en la oración, NO SENTIMOS GUSTO EN ELLA, SINO, MUY AL REVÉS, ENFADO Y CANSANCIO.

¿Quién, dice San Agustín, hizo caer a Salomón en tan gran desatino, que viniese a ser idólatra?... ¿Sabéis quién? El amor.