"El demonio se aprovecha de nuestras faltas para infundirnos el desaliento y ya sabe que es una de sus mejores armas. Y como el diablo es muy razonador, nos dice: '¡Ya cometiste estas faltas! ¡Ya caíste en estas otras! ¿De qué te sirvieron tus propósitos de Ejercicios? ¿De qué te sirvió la entrega que tal día le hiciste a Nuestro Señor? ¿No le dijiste ésto y aquéllo y lo de más allá...? ¡Y ya vez que estabas tan fervoroso, y apenas han pasado unos días y mira lo que has hecho! Ya convéncete de que no eres para la perfección'.
Y nos decimos: 'En efecto, es la verdad'... Y viene el desaliento, y se deja de trabajar con el mismo entusiasmo de antes en la vida espiritual, y vienen inquietudes y revolturas. O bien, se sigue una vida mediocre, conformándonos con lo muy indispensable. Eso es frecuentísimo en la vida espiritual.
Repito que la mayor parte de las almas que no alcanzan la perfección es por el desaliento.
Realmente nunca hay motivo para que nos desalentemos, porque contamos con Dios. Y Dios, por una parte, es poderosísimo y por otra es amorosísimo. ¿Cómo podemos desconfiar de Dios? Cualquiera que sea el estado a dónde hubiera llegado nuestra alma, Dios es poderosísimo para levantarnos.
Las almas que se desalientan piensan que están en un abismo. '¡He bajado tanto que yo no tengo remedio!' ¿Pero qué, ya se le acabaría a Nuestro Señor el poder? ¿Qué no podrá encontrar en su Sabiduría y en su Omnipotencia remedio para ese mal?
Está bueno que tratándose de las cosas de la tierra digamos que hay algunas que no tienen remedio. Hay enfermedades que para la ciencia humana no tienen remedio: ¡pero para la ciencia divina no hay enfermedad que no tenga remedio! Así, tomemos a cualquier hombre, el más perverso... a Nerón, por ejemplo. Sí, su enfermedad tenía remedio... Nuestro Señor no lo quiso curar, porque no acudió a Él; pero su enfermedad tenía remedio. Si yo hubiera tenido que hablarle a Nerón, después de tantos crímenes que había hecho, lo habría alentado. ¿Por qué? Porque en la ciencia divina hay remedio para esos males tan grandes.
Indudablemente que al mismo tiempo que Nuestro Señor es omnipotente, es amorosísimo. Porque si solo fuera omnipotente, pudiéramos decir: 'Sí, Él puede, pero no quiere'. ¡Pero si nos ama, y es bondadosísimo, e infinitamente misericordioso! Su gusto es curar miserias, su gusto es levantar del cieno a las almas caídas, ¿Por qué nos hemos de desalentar? La confianza no debe tener límites."
Monseñor Luis María Martínez, Arzobispo de México, + 1956, libro: Espiritualidad de la Cruz, página 240.