LA SUGESTIÓN.- Consiste en la proposición de algún mal: la imaginación o el entendimiento se representan, con mayor o menor viveza, los atractivos del fruto prohibido; a veces es tan seductora esa representación, que se sobrepone a todo y llega a ser una especie de obsesión. Por muy peligrosa que sea la sola sugestión, no es pecado, mientras no haya sido procurada o consentida libremente: no hay pecado sino cuando la voluntad presta su consentimiento.
LA DELECTACIÓN.- Instintivamente la parte inferior del alma se inclina hacia el mal sugerido, y experimenta cierto deleite. “Sucede no pocas veces, dice San Francisco de Sales, que la parte inferior se complace en la tentación sin consentimiento, antes bien, con disgusto de la superior, y ésta es aquella contradicción y guerra que pinta el Apóstol cuando dice que la carne codicia contra el espíritu.” Esta delectación de la parte inferior, mientras no tome parte en ella la voluntad, no es pecado; pero es un peligro, porque se halla muy solicitada la voluntad para prestar su consentimiento; plantease entonces el problema: ¿consentirá o no consentirá la voluntad?
LA VOLUNTAD.- Si niega su consentimiento, pelea con la tentación y la rechaza; queda vencedora, y es éste un acto muy meritorio. Si, por el contrario, se complace en la delectación, y voluntariamente recibe el placer de ella, y consiente, ya se ha cometido pecado allá dentro. Todo depende, pues, del libre consentimiento de la voluntad…
Tanquerey, Compendio de Teología Ascética y Mística, Página 587.