11 Jan
11Jan

“Muchas veces hemos visto personas del mundo, y aún religiosos quizá, que durante muchos años trabajan en la virtud y en la perfección; hacen oración, frecuentan los sacramentos, hacen sus mortificaciones y, sin embargo, no salen de su paso, no avanzan, no progresan… 

¿Por qué será? Se parecen a esas personas que aparentemente no tienen ningún mal, no sienten ningún dolor, ningún sufrimiento, ningún síntoma que indique una enfermedad, pero está adelgazándose más y más; que venga un médico experto y que las examine, y lo encontrará. Así, cuando las almas no avanzan, no progresan, haciendo todo lo que deben hacer para santificarse, alguna cosa han de tener. Y muchas veces el secreto de su mal está en que les falta desprendimiento; allá en un rinconcito del alma traen alguna cosilla de la cual no se han podido desprender y aquello es el mal, aquello es lo que hace que no puedan avanzar. 

Por eso van disminuyendo su peso, por eso no alcanzan la verdadera salud, la lozanía que debían tener, por eso no progresan. 

¡Cuántas veces una cosa pequeñísima viene a ser el impedimento para nuestra perfección! ¿Y qué importa que sea pequeña o que sea grande? Si nos impide ir a Dios siempre es una cosa grande. 

Tan importante es esta doctrina que San Ignacio tiene una meditación admirable, la meditación de las dos banderas; es una meditación de táctica, allí expone el santo con su carácter militar –no se le olvida al santo que fue soldado- expone la táctica de los dos ejércitos, de los dos capitanes: de Satanás y de Jesucristo. 

Y pinta magistralmente a Satanás trazando a los suyos el programa que tienen que seguir para perder a las almas: les dice que lo primero que tienen que hacer es aficionarlas a las cosas de este mundo, a las criaturas, “a las riquezas”, es decir, a lo más común, a lo más ordinario: pero no sólo a las riquezas se puede aficionar uno; sino a la ciencia, al arte, a las comodidades, ¡a tantas cosas! Lo interesante – les decía- es que las aficionéis a las criaturas. 

Y luego que las tengan encadenadas a las criaturas, el segundo escalón por el que tienen que bajar al abismo es infundirles un gran deseo de honores, y el tercer escalón es llevarlas a la soberbia. 

Y no lo dice claramente el santo, pero se desprende de ahí que el diablo dice: “y luego que las han puesto en la soberbia, ya no necesitan tener quién las tiente, están aseguradas”. 

Luego habla de la táctica de Nuestro Señor, que es enteramente la contraria: les dice a sus apóstoles, a sus sacerdotes, que vayan a aficionar a todas las almas a la pobreza, al desprendimiento, a la pobreza espiritual, lo que es para todo cristiano; o la pobreza real, para aquellas almas que Nuestro Señor llama especialmente al estado religioso. 

Y una vez que les hayan infundido esa afición santa a la pobreza, el segundo escalón por donde deben subir es el amor a los desprecios, para alcanzar la verdadera humildad. Y ya no les da más instrucciones, como que una vez que las almas llegan a la verdadera humildad, ya no necesitan conductor y solas se van.

De manera que es la misma doctrina: el demonio pierde aficionando el corazón a las criaturas; Jesús salva y redime y conduce a la perfección desprendiendo nuestro corazón a ellas.” 


Monseñor Luis María Martínez, Arzobispo Primado de México, Espiritualidad de la Cruz, capítulo XIX.




Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.