Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, la dependencia al pecado mortal es una verdadera esclavitud para el hombre, lo somete a las obras que van contra la ley de Dios nuestro Señor. ¿Cuántas almas desean abandonar el pecado y se ven impedidas por la fuerza de la costumbre?... El pecado es una esclavitud.
"El pecador se somete al diablo cuando deja de obedecer a Dios. El hombre no puede salir de la siguiente alternativa: o se somete a Dios o queda sometido al diablo". Michael Schmaus, 'Teología Dogmática', tomo II, § 124, página 274.
La reincidencia en el pecado mortal llega a tener una gran fuerza, que aprisiona el alma en la falta que libremente ha reiterado, privándole de la verdadera libertad de los hijos de Dios, perdiendo el buen olor de Cristo, sufriendo las consecuencias de la esclavitud al diablo por el pecado mortal.
"El cristiano es un combatiente; y es doctrina común de la Iglesia de Dios que el cristiano que no combate está ya vencido. El hombre para obrar ha de esforzar su libertad, ha de sobreponerse, ha de dominar; de otra suerte, él es quien queda vencido y esclavo. El pecado es siempre una derrota, un fracaso y una debilidad." Doc. D. José Torras y Bages, Obispo de Vich, "De la ciudad de Dios y del evangelio de la paz", 1913, tomo III, página 178.
Debemos tener cuidado de no aficionarnos al pecado mortal, de huir de él, como de la presencia de una serpiente venenosa, porque una vez que ha puesto las cadenas de la reincidencia y afición, se convierte en una esclavitud bastante dolorosa.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos fortalezca en nuestras debilidades, nos aliente en nuestras caídas, nos llene de amor filial a nuestro Divino Redentor, permitiéndonos gozar de la verdadera libertad de los hijos de Dios, llevando la alegría del alma que es templo de nuestro Dios.
"Reveló la misma Virgen María a santa Brígida, que no había en el mundo pecador tan enemigo de Dios, el cual si acudía a Ella e invocaba su auxilio, no volviese a recobrar de Dios la gracia." San Alfonso María de Ligorio, 'Las glorias de María', capítulo III, § 2º, página 114.