Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, el día de nuestra muerte es un hecho cierto, ineludible, irrenunciable; donde hemos de entregar cuentas al Autor de nuestra vida de todos los actos libres, de cuyo juicio depende el cielo o el infierno eterno...
La empresa más importante de nuestra existencia en la presente vida es la salvación eterna de nuestra alma, el fin de nuestra estadía en la tierra es muy claro: "El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma." San Ignacio de Loyola, 'ejercicios espirituales'.
Debemos vivir de tal manera que alcancemos la bienaventuranza eterna, en eso consiste el arte de vivir: dar fruto al ciento por uno de nuestros talentos, cumplir con nuestras obligaciones de estado, guardar la ley de Dios nuestro Señor, y mediante esto, realizarnos en la vida, alcanzar la plenitud que humanamente se puede alcanzar.
Es importante gravar en nuestro entendimiento, memoria y voluntad: exactamente que somos, cuál es nuestro fin, y cómo lo vamos a conseguir. Si esto lo ignoramos, perdemos el camino, el sentido de vivir.
"Salvada el alma, todo está salvado; perdida el alma, todo está perdido, y perdido para siempre." San Antonio María Claret.
De aquí, queridos hermanos, la necesidad de la meditación, de la oración, de la frecuencia de los sacramentos, de la devoción a la santa Misa, de consagrarnos a la augusta Madre de Dios, de vivir cristianamente conforme a las enseñanzas de la Iglesia Católica.
"Si en la hora de la muerte tenemos a María santísima de nuestra parte, ¿qué temor podremos tener de todos nuestros enemigos infernales?" San Alfonso María de Ligorio, 'Las glorias de María', capítulo II, § 3º, página 89.