Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, el ser realmente católico, implica un esfuerzo por vivir el Evangelio, por renunciar a lo que nos aparta de Dios, por configurarnos con Cristo, conforme a nuestros talentos, aptitudes, y obligaciones de estado. "Pues todos sois hijos de Dios por la fe, que es en Jesucristo. Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, estáis revestidos de Cristo." Gálatas III, 26.
Se puede tomar la fe católica como pasatiempo, momentos de piedad, días de recuperación; pero debemos ir más allá, perseverar en cristianizar nuestra vida, sin perder nuestra espontaneidad, nuestra marca personal, temperamento, y condición particular. "Pues tú, hijo mío, fortifícate en la gracia, que es en Jesucristo." II Timoteo II, 1.
Configurarnos con Cristo Jesús, es una obra de toda la vida, requiere esfuerzo personal, asistencia de la gracia de Dios, tiempo, oración, instrucción, prácticas de piedad, y sobre todo, una determinada determinación, que a pesar de los errores, fracasos, caídas y recaídas, persevere en ser templos vivos de Dios nuestro Señor: "¿No sabéis, que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" Corintios III, 16.
Procuremos alimentarnos con la sagrada Comunión, frecuentar el sacramento de la confesión, tener especial devoción a la santa Misa, consagrarnos al sagrado Corazón de Jesús, y al inmaculado Corazón de María, invocar con frecuencia a los Santos de nuestra particular devoción, tener lectura espiritual, meditación de las verdades eternas, instrucción religiosa; en síntesis, poner las condiciones de vida, para llevar el buen olor de Cristo. "Porque somos para Dios buen olor de Cristo, en los que se salvan, y en los que perecen." II Corintios II, 15.
Roguemos a la augusta Madre de Dios, nos alcance las gracias y favores necesarios para nuestra santificación, perseverancia, reforma de costumbres; imploremos el auxilio del señor san José, la protección de los santos apóstoles san Pedro y san Pablo, todo en miras a nuestro bien eterno y temporal.
"Esta Madre de misericordia es sumamente benigna, sumamente dulce, no solo para con los justos, sino también para con los pecadores desesperados. Por lo cual al ver que estos acuden a Ella, y al oír que buscan de corazón su ayuda, acude luego a su socorro, les acoge y les alcanza el perdón de su Hijo:" San Alfonso María de Ligorio, 'Las glorias de María', capítulo III, § 2º, página 111.