25 Mar
25Mar

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, debemos tener cuidado de las cosas a que nos vamos aficionando, de las costumbres inofensivas en apariencia, pero que terminan por apartarnos de Dios, o al menos, nos distraen de la vida espiritual. 

Tomemos conciencia del fin de nuestra existencia, de la eternidad que nos aguarda, de la gravedad del pecado mortal, del daño profundo que causa en el alma una vida disipada, de la existencia del infierno... "Qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" San Mateo XVI, 26. 

La vida espiritual requiere entrega, dedicación, compromiso, y por supuesto, renunciar a todo aquello que nos aparta de Dios. Por esto, pocas almas llegan a la perfección espiritual, porque ni siquiera se lo han planteado, porque no se entregan ordenadamente, porque hay muchos aficionados que solo buscan su conveniencia personal. "Quien en pos de mí quiera venir, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame." San Lucas IX, 23. 

La vida espiritual requiere de la ayuda de Dios nuestro Señor, principalmente de la sagrada comunión, del sacramento de la confesión, de la santa Misa, de la intercesión de la augusta Madre de Dios, del patrocinio de los Santos; así como de la oración frecuente, de la meditación de las verdades eternas, del examen de conciencia, del retiro espiritual, de la soledad y el silencio en compañía de Jesús sacramentado.

"Necesaria es tu gracia y grande gracia, para vencer la naturaleza, inclinada siempre a lo malo desde su juventud." Imitación de Cristo III, LV, 2. 

Hagamos el propósito de meditar los fundamentos de nuestra fe católica, de impregnarnos de las verdades eternas, para vivir cristianamente, de una manera apacible, pero constante. 

Roguemos a la santísima Virgen María, nos bendiga, nos proteja, y nos cubra con su manto maternal. 

"La Santísima Virgen reveló al Beato Alano que, tan pronto como Santo Domingo predico el Rosario, los pecadores empedernidos se convirtieron y lloraron amargamente sus crímenes, los mismos niños hicieron penitencias increíbles y el fervor fue tan grande por doquiera que se predicó el Rosario, que los pecadores cambiaron de vida". San Luis María G. de Montfort, "El secreto del Rosario", rosa XXVII. 


Dios te bendiga.



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