Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, nuestra grandeza, fortaleza y vitalidad se encuentra en la unión con Dios, elevándonos a una vida sobrenatural que subsiste más allá de la muerte, teniendo un lugar en el cielo eterno, la asistencia permanente en la tierra de nuestro ángel de la guarda, estando unidos a los bienaventurados que interceden por nosotros.
Es tan sólida la unidad con Dios nuestro Señor, que hemos sido elevados al grado de hijos adoptivos por la gracia del santo bautismo, y que Dios hace morada en nosotros por la gracia: "Jesús respondió y le dijo: si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él." San Juan XIV, 23.
Por esto San Ignacio de Loyola, nos aconseja en sus ejercicios espirituales poner nuestra mirada en el cielo eterno, vivir de tal manera que nuestro fundamento sea amar y servir a Dios nuestro Señor: "Las cosas de éste mundo fueron dadas al hombre para que le ayuden a conseguir su fin (el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma) 'que de ellas tanto debemos usar cuanto sirven al fin, y tanto dejar o quitar cuanto nos impiden'."
La dignidad del hombre radica en que Dios habite en su alma, real y verdaderamente, de aquí la gravedad del pecado mortal, que lo despoja de la presencia de Dios, las obras pierden su mérito sobrenatural porque no están vivificadas por la gracia, por esto decía san Alfonso María de Ligorio: "Que se pierda todo, antes que perder a Dios, y que sea disgustado todo el mundo, antes que lo sea Dios."
De aquí la importancia de conocer la doctrina católica, de fortalecer nuestra fe, de creer firmemente las verdades reveladas por Dios y propuestas por la Iglesia para ser creídas como dogmas de fe, esto constituye la columna intelectual del católico, el fundamento de la fe católica. "Y les dijo: Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere, y fuere bautizado, será salvo: mas el que no creyere, será condenado." San Marcos XVI, 15.
Nuestra fe católica vivida en gracia de Dios es la que nos hace merecedores de la eterna bienaventuranza, la que hace sobrenaturales las obras ordinarias, la que le da sentido a nuestra existencia, y nos hace diferentes de los animales no racionales, de los demonios y de las almas condenadas al infierno.
Valoremos la gracia que habita en nosotros, cuidemos la presencia de Dios en nuestra alma, tomemos conciencia de la gravedad y consecuencias funestas del pecado mortal, del valor sobrenatural del sacramento de la confesión.
Roguemos a la Santísima Virgen María nos aparte del pecado, nos alcance una fe sólida, y la eterna bienaventuranza.
"Muy felices son los devotos de esta Madre clementísima, porque además de socorrerlos en esta vida, los asiste y consuela en el purgatorio, y aun allí con más amor y misericordia, por la mayor necesidad en que ve aquellas almas, sin poder aliviar a sí mismas ninguna parte del rigor de sus penas." San Alfonso María de Ligorio, 'Las glorias de María', capítulo VIII, § 2º.