Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, debemos tener constancia en nuestra vida cristiana, perseverar en nuestros ejercicios espirituales; porque una de las cosas que más nos afectan, es la fragilidad humana, las paradas o abandono frecuente de la vida espiritual, un día mucho catolicismo, y otro, una vida desordenada.
"Por tanto, hermanos míos, sed muy solícitos para hacer cierta vuestra vocación y elección por las buenas obras: porque haciendo esto, no pecaréis jamás." II San Pedro I, 10.
Debemos procurar con la gracia de Dios, un equilibrio en nuestra vida cristiana, cuidar el orden y la disciplina, que en momentos de cansancio, tentación, aburrimiento tendemos a descuidar, y pasar a un extremo de relajación, con grave daño para nuestra salud espiritual.
Los momentos de relajación espiritual, los pecados en nuestra vida, los errores o descuidos, nos provocan desánimo, nos restan energía para la sagrada batalla, en fin, nos representa una pérdida.
Sin embargo, Dios en su infinita misericordia, conocedor de nuestra fragilidad humana, desea que saquemos provecho de los mismos errores: humildad, desconfianza en nuestra autosuficiencia, misericordia con nuestros hermanos, fe y confianza en Dios nuestro Señor. "Porque siete veces caerá el justo, y se levantará: más los impíos se precipitarán en el mal." Proverbios XXIV, 16.
Para levantarse de los errores y fracasos espirituales, se requiere humildad, fortaleza y la gracia de Dios; es propio del orgullo despreciar al hermano caído, envanecerse en nuestras obras, sentirse autosuficiente, abandonar la vida cristiana ante los errores, desconfiar de la misericordia de Dios. "Al corazón contrito y humillado no lo despreciarás, o Dios." Salmo L, 19.
Roguemos a la Bienaventurada Virgen María, nos conceda la gracia de la perseverancia en las buenas obras, nos ampare en nuestras soledades y desalientos, nos cubra con su manto sagrado en los días difíciles; procuremos por nuestra parte, adquirir la verdadera devoción a la augusta Madre de Dios.
"Tan dueña es María de los bienes de Dios, que da a quien quiere, cuanto quiere y como quiere todas las gracias de Dios, todas las virtudes de Jesucristo y todos los dones del Espíritu Santo, todos los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria." San Luis María G. de Montfort, "El amor de la sabiduría eterna", capítulo XVII, No. 207.