12 Jan
12Jan

Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo, la plenitud de la vida del hombre sobre la tierra está relacionada con el fin y motivo de su existencia, aunque cada uno tiene dones distintos, habilidades particulares, el fin es el mismo en cada ser humano porque ha sido creado por Dios Nuestro Señor para un fin particular, el cual nos lo dice San Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales: El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma. 

Independientemente de su género, sea rico o pobre, con muchos o pocos dones, sano o enfermo, con éste o con aquél carácter, debe amar y servir a Dios Nuestro Señor como Él quiere ser amado, para después de la presente vida, verle y gozarle eternamente en el cielo. 

Meditemos las siguientes sentencias de San Ignacio de Loyola escritas en sus ejercicios espirituales, para mejor comprender el motivo de nuestra estadía en la tierra: 

  • Luego no soy criado para alabarme, honrarme, servirme y regalarme, sino para alabar, hacer reverencia y servir a Dios.

  • Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle, no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva. 

  • Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con éste o con aquél genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios. 

  • Las cosas se deben medir por cuanto le ayuden o estorben a la consecución de su último fin, se sigue que, considerándolas en sí mismas por su respeto y amor no debe inclinarse más a unas que a otras, cualquiera que sean. 


Que felicidad engendra una vida acorde a la voluntad de Dios, acomodada a las obligaciones de estado particulares de cada uno, acorde a las circunstancias que la Providencia determine y por los medios de santificación específicos para cada uno. 

Así contemplamos en la vida de Santa Mónica, a una mujer santificada en el quehacer del hogar, en las plegarias por su esposo y por su hijo; vemos en Santo Tomás Moro, un abogado, que se santificó en medio del poder terrenal; admiramos la vida de Santo Domingo Savio, un joven de quince años que se santificó en el estudio y la obediencia; y así, contemplamos en cada uno de los santos, sus vidas unidas por el servicio a Dios Nuestro Señor en el cumplimiento de sus obligaciones de estado, en las circunstancias particulares de vida y en sus quehaceres ordinarios. 

Queridos hermanos, procuremos meditar en el fin y motivo de nuestra existencia, acomodando nuestra vida con sus obligaciones de estado particulares, con las circunstancias individuales, al servicio de nuestra salvación eterna y mayor gloria de Dios Nuestro Señor. 


Dios te bendiga.





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