“Refiere el P. Auriema que una pobre pastorcilla amaba tanto a María, que todas sus delicias eran ir a una capilla de la Virgen, que estaba en el monte, en donde hablaba y honraba a la Madre de Dios. Un día recogió flores, compuso una guirnalda y la puso en la cabeza de la Imagen, diciéndole, que quisiera ponerle una corona de oro y perlas, pero porque era pobre aceptase la de las flores en señal del amor que le tenía.
Cayó enferma la pastorcilla, y pasando cerca de allí dos religiosos fatigados, descansaron bajo un árbol; el uno se durmió, pero tanto este como el que velaba vieron una comitiva de doncellas hermosísimas, entre las que había una que excedía en belleza y majestad. Uno de los religiosos preguntó a esta quien era y donde iba. Yo, dijo, soy la Madre de Dios, que con estas santas vírgenes, voy a visitar en esta aldea vecina a una pobre pastorcilla moribunda que muchas veces me ha visitado a mí. Dicho esto desapareció. Fueron los religiosos a verla, y hallaron echada sobre un poco de paja, y vieron a María a la cabeza de la moribunda, con una corona en la mano, que la consolaba. Luego las santas Vírgenes se pusieron a cantar, y murió la pastorcilla. María le puso la corona en la cabeza, y recibiendo en sus manos el alma, se la llevó consigo al cielo.”
San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de la inmaculada Virgen Madre de Dios, año 1864.