10 Jan
10Jan

“Hay personas muy serias, otras personas muy sonrientes; unas abiertas y otras cerradas. Esos elementos vienen a constituir el carácter psicológico que no es ni bueno ni malo, se puede ir al cielo con un carácter serio como con un carácter jocoso: tanto se puede ir con un carácter abierto como con uno cerrado. Muchas veces esos caracteres tienen algunas exageraciones, algunos desordenados; eso sí hay que quitarlos, lo que sea moral, lo que dependa de nuestra libertad, pero lo psicológico no, ni conviene. 

Porque digámoslo al pasar, no hay cosa peor que querer cambiar nuestro carácter en lo que tiene de natural. Desde luego es perder el tiempo, lo que sería ya razón suficiente. Además de que fácilmente podemos lastimar nuestra alma queriendo modificarlo.

Porque debemos advertir que la gracia está fundada sobre la naturaleza, de manera que ésta, es decir, las cualidades, los elementos que constituyen nuestro carácter natural, Nuestro Señor nos lo dio para que con él nos santifiquemos, y entra ya perfectamente en sus designios, es como base, como fundamento, ¿Cómo queremos destruirlo? 

Vemos que hay santos de todos los caracteres: unos son fogosísimos como San Pablo, que apenas lo arrojó Nuestro Señor del caballo en el camino de Damasco y ya está preguntando: ¿Y ahora qué voy a hacer? No se puso a reflexionar qué había sucedido, no, lo primero: ¿Domine quid me vis facere? Es un hombre de acción, un hombre de fuego. Le acaba de quitar una empresa, que era la de perseguir a Cristo… ¡Bien, pues que me den otra! 

En cambio, San Juan, tranquilo, apacible, dulce, que no les decía otra cosa a sus discípulos sino: ‘Hijitos míos, amaos los unos a los otros’. ¡Qué contraste! 

Unos santos, como San Francisco de Asís con un corazón inmenso, todo ternura, amando hasta el sol y las estrellas y el agua y todo lo que se le presentaba delante; y otros santos ha habido que no querían ni levantar los ojos para no perder su recogimiento interior. 

Unos santos como Santa Teresa de Jesús, limpia, aseda, que le pedía a Dios que sus religiosas no tuvieran parásitos… Santiago Apóstol no se rasuraba ni se cortaba el pelo ni se bañaba ni nada… Y tan santos eran unos como otros, porque cada quien se santifica según su temperamento, su carácter propio. 

Y cuando uno quiere quitar su carácter desde luego pierde la sencillez, se vuelve artificial, afectado; eso no es lo que Nuestro Señor nos pide; y lo que es todavía peor, se corre verdaderamente el riesgo de lastimar, de forzar el alma y, muchas veces, hasta de fracasar. No, cada quien tiene que ir al cielo con la cara y con el carácter que Dios le dio; ni modo de cambiar una y otra cosa. 

Lo que si hay que procurar cambiar es el carácter moral, pero el psicológico, no.

Tengamos por cierto que con cualquier carácter, con cualquier temperamento se puede ir al cielo y que sería peligrosísimo querer uno cambiar de carácter. Yo he visto casos prácticos de personas que han verdaderamente fracasado, teniendo, por otra parte, muy buenas cualidades, porque quisieron acomodarse al carácter de otro. 

Y por eso es tan peligroso andar uno imitando a los hombres. A Nuestro Señor sí lo podemos imitar sin peligro; siendo tan grande como es, es modelo de todos, chicos y grandes. Pero a los hombres, si hay que imitarlos, se necesita mucha discreción; porque muchas veces andamos imitando a una persona en aquello que tiene de propio, de personal, de individual, de acomodado a su carácter; queremos meternos en aquel cartabón y resultamos sencillamente ridículos, porque no es lo natural ni es por ahí por donde Nuestro Señor nos llama.” 


Monseñor Luis María Martínez ( + 1956), Arzobispo Primado de México, "Espiritualidad de la Cruz."





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