15 Jan
15Jan

“Bien sabido es aquel ejemplo que cuenta Surio [in vita Sancti Eutimii, mense Januarii.], de un monje, el cual por razón de su cólera e ira poco mortificada, era pesado a sí y a otros; determinóse de salir del monasterio del santo abad Eutimio, en el cual vivía, pareciéndole que estando quitado de tratar con otros y viviendo sólo, cesaría la ira, pues no tendría ocasión con que airarse. Hácelo así, y encerrándose en una celda, llevó consigo un cántaro con agua, y por arte del demonio se le derramó; levantóle y volvió a llenar de agua, y segunda vez se derramó; entonces, con más cólera que solía, toma el cántaro y da con él en el suelo haciéndole pedazos. Acabando de hacer esto, cayó en la cuenta y echó de ver qué no era la compañía de los monjes y la comunicación con ellos la causa de su caída en impaciencias e iras, sino su poca mortificación, y al fin se volvió a su monasterio. De manera, que en vos está la causa de vuestra inquietud e impaciencia y no en vuestros hermanos: mortificad vos vuestras pasiones, y de esa manera, dice Casiano, aun con las bestias fieras tendréis paz, conforme a aquello del santo Job: Las bestias fieras serán mansas para ti [Job V, 23]; cuanto más con vuestros hermanos.” 


San Alonso Rodríguez, Ejercicios de perfección y virtudes cristianas, tomo II, tratado VI, capítulo 4, página 515.


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