"¿Qué no hará contra nosotros este espíritu malo mientras nosotros rezamos el Rosario contra él? Aumenta nuestra apatía y negligencia naturales antes de empezar nuestra oración; aumenta nuestro tedio, nuestras distracciones y nuestro decaimiento mientras rezamos; nos deprime de varios modos, y cuando lo hemos concluido con trabajo y distracciones, se mofará de nosotros diciéndonos: “No has hecho nada meritorio; tu Rosario nada vale; mejor te fuera trabajar y ocuparte en tus negocios; pierdes el tiempo en rezar tantas oraciones vocales sin atención; media hora de meditación o una buena lectura valdrían mucho más. Mañana, que no tendrás tanto sueño, rezarás con más atención; deja el resto de tu Rosario para mañana.” De este modo, el diablo, con sus artificios, consigue que se abandone el Rosario más o menos por completo o siquiera que se dude y se difiera.
No le creáis, amados cofrades del Rosario, y tened valor, pues aunque todo el Rosario haya estado vuestra imaginación llena de ideas extravagantes, si las habéis procurado desechar lo mejor posible desde el momento en que os disteis cuenta de ello, vuestro Rosario es mucho mejor, porque es más meritorio y tanto más meritorio cuanto más difícil, y es tanto más difícil cuanto resulta naturalmente menos agradable al alma estar acosada de las enojosas mosquitas y hormigas de las distracciones que recorren nuestra imaginación, a pesar de nuestra voluntad, no dejando así el alma tiempo para gustar lo que dice y reposar en paz.
Si es preciso que luchéis durante todo el Rosario contra las distracciones, combatid valientemente con las armas en la mano; es decir, continuando el Rosario, aunque sin gusto ni consuelo sensible: es un terrible, pero saludable, combate para el alma fiel. Si rendís vuestras armas, es decir, si dejáis el Rosario, estáis vencidos, y en lo sucesivo, el demonio, vencedor de vuestra firmeza, no os dejará en paz...”
San Luis María G. de Monfort, "El secreto del rosario", rosa XLIII.