11 Jan
11Jan

1.- Pidamos a Dios la bendición de rezar el Santo Rosario en gracia de Dios.

2.- No miremos el Santo Rosario como un peso penoso, sino como un ejercicio que tiene sus dulzuras y sus alegrías cuando se ejecuta santamente. No lo consideremos como una deuda que hay que pagar, sino como un medio de santificación para nosotros y para los demás.

3.- Estemos perpetuamente en guardia contra la rutina.

4.- No recemos el Santo Rosario inmediatamente después de una viva emoción producida por un sentimiento de alegría, de inquietud o de turbación, cuando veamos que este sentimiento absorbe de alguna manera nuestras reflexiones. En tales circunstancias, podríamos rezar en un estado de distracción, maquinalmente y sin piedad.

5.- Escoja para rezar el Santo Rosario un lugar conveniente y solitario: por retirado que esté, siempre tendremos bastantes distracciones, sin ir en cierta manera a buscarlas en los sitios donde siempre se presentan.

6.- Hagamos siempre, antes de empezar, algunos momentos de preparación mental.

7.- Tomemos la costumbre de rezarlo de rodillas (si está en nuestras manos). Es un grave error creer que la actitud exterior no tiene importancia, y se verá que se está más satisfechos con los rosarios durante los cuales se tenga una postura decente y respetuosa.

8.- No interrumpamos el Santo Rosario por causas frívolas. El desprecio de estas reglas acusa siempre un fondo de ligereza que debemos evitar.

9.- Procuremos tener una hora fija para rezar el Santo Rosario todos los días, y no admitamos excepción, sino por causa grave. 

10.- No haya precipitación al rezar ¿Cómo es posible tener piedad recitando una oración vocal con toda la volubilidad de que es susceptible la lengua? 

11.- Procurar  hacer una pequeña pausa a la mitad y al fin del Ave María. Rogamos a nuestros lectores que se impongan esta obligación por uno o dos Rosarios, y verán cómo Dios recompensa su fidelidad con un notable aumento de piedad y de fervor.

12.- ¡Guerra sin cuartel a las distracciones! Arrojémoslas en cuanto las apercibamos; si son demasiado importunas, detengámonos un instante, imploremos la asistencia de Dios y volvamos a nuestra intención primitiva.




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