“Cuenta el Padre Eusebio Nieremberg (Troph. Marian. I. 4. 29.), que en una ciudad del reino de Aragón vivía una doncella por nombre Alejandra, a la cual por su hermosura y nobleza pretendían dos jóvenes principales, y émulos uno de otro vinieron a las manos un día, y ambos quedaron muertos en la calle, y por haber ella sido la ocasión, fueron a su casa los parientes, la degollaron y arrojaron su cabeza en un pozo.
Pocos días después, pasando por aquel sitio el patriarca santo Domingo, inspirado por Dios se arrimó al pozo y dijo: Alejandra, sal fuera; y he aquí que aparece viva en el brocal la cabeza de Alejandra pidiendo confesión. El santo la confiesa y le da también la sagrada comunión, todo a vista del gran concurso de gentes que acudió a ver tan gran maravilla.
Después le mandó que publicase por que había Dios usado con ella misericordia tan señalada. Respondió la joven, que cuando le cortaron la cabeza estaba en pecado mortal; pero por la devoción que había tenido de rezar el santo rosario, la Virgen le había conservado la vida. Dos días permaneció la cabeza hablando a la orilla del pozo, al cabo de los cuales fue destinada el alma al fuego del purgatorio; mas pasados otros quince, se apareció al mismo santo más hermosa y resplandeciente que el sol, y le declaró que uno de los sufragios más eficaces que tienen las benditas ánimas, es el santo rosario ofrecido por ellas, por lo cual agradecidas, luego que llegan a verse en la presencia de Dios, piden por las personas que les aplicaron esta oración poderosa. Dicho esto, vio el glorioso santo Domingo entrar aquel alma llena de regocijo en la mansión de la eterna bienaventuranza.”
San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María, Capítulo VIII, 2.