30 Jan
30Jan

"El dolor es una forma de amor. Cuando el amor no encuentra su objeto amado es deseo; cuando lo encuentra, es posesión, es gozo; y cuando ve que hay un obstáculo para poseer al amado o que hiere al amado de su corazón, entonces el amor se convierte en dolor. 

El único mal para el que ama es el mal del amado; ¿Por qué sufrimos nosotros? Por lo que amamos. ¿Se muere una persona para mí desconocida? No siento ningún dolor especial. Pero se muere una persona de mi familia, una persona querida; entonces siento un dolor proporcionado al amor que le tengo. Es el mismo amor que, al ver que la muerte viene y me arrebata al amado, se convierte en dolor. El dolor es una forma del amor. 

Nuestro Señor no tenía más que un amor, porque amaba al Padre Celestial y amaba a las almas, pero no eran dos amores sino un solo amor. De manera inefable estaban unidos en su Corazón estos dos amores que formaban un solo amor. De manera que los dolores propios de Nuestro Señor procedían del amor. Todo lo que tocaba al Padre, todo lo que tocaba a las almas, herían el Corazón de Jesús. 

Cuando se ama de veras, con un amor profundo, total, nuestro bien es el bien del amado y nuestro mal es el mal del amado. El que ama no tiene más bien que el bien del amado. 

Todo lo que venía a nublar, por decirlo así, el esplendor del Padre; todo lo que hería a sus almas tan queridas, hería y lastimaba al Sagrado Corazón de Jesús. 

Y por eso el pecado fue la causa de todos los dolores de Nuestro Señor, porque el pecado es el único mal de Dios, el único mal de todas las almas." 


Tomado del libro: Espiritualidad de la Cruz, de Monseñor Luis María Martínez, Arzobispo Primado de México.



Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.