“Todas las fuerzas se adquieren por medio del trabajo; mas el trabajo interno del hombre para adquirir la riqueza espiritual, que consiste en la virtud, en la perfección y en la santidad, es mucho más fatigoso y difícil que el trabajo con que acumulamos la riqueza material. El trabajo espiritual exige una energía sublime; por esto hay tan pocos santos en el mundo.
Las fuerzas, así las espirituales como las físicas, si no se ejercitan, disminuyen; para aumentarlas, para multiplicarlas, se han de ejercitar. La paz tiene también sus inconvenientes; y aunque es el bien más excelso, y la paz definitiva y perpetua en el seno de Dios es el premio y recompensa que esperamos en la otra vida; en la presente, en el mundo, mientras el hombre no ha expulsado de sí mismo los malos humores de las pasiones y concupiscencias que tienen alterada su naturaleza, la paz puede ser hasta corruptora: pacis malis vexati, dice nuestro filósofo Luis Vives. Con la paz aumentan las comodidades, éstas se convierten en refinamientos, y llegan hasta el exceso el amor al lujo, las vanidades mundanas, la soberbia de los ricos y de los sabios. Los entendimientos se enturbian, las imaginaciones se pervierten, los sentimientos se afeminan, las costumbres se materializan, y la masa humana necesita una fuerte conmoción. El árbol se ha de podar para que se renueve y de fruto.
Para que los hombres en la tierra no confundan las ideas, para que no duerman, necesitan el estímulo de la contradicción; pues las contrariedades de la vida los avivan, como los golpes sacan fuego de la piedra viva, porque la contradicción, el contraste y la oposición es una ley natural de la vida mundana.
La beatitud, la felicidad, el reposo activo es imposible en este mundo. EN ESTE MUNDO SE HA DE SUFRIR; EL PEOR MAL QUE EN ESTE MUNDO SE PUEDE HACER AL HOMBRE, ES PERSUADIRLE QUE AQUÍ HA DE SER FELIZ. En toda época en que los hombres han creído que en este mundo pueden ser felices, abundan en gran manera los desesperados. Por eso los cristianos empezamos por poner como base de la vida la conformidad y de ella hacemos la regla suma de la santidad, de la paz, del consuelo íntimo, de la felicidad relativa que podemos tener en este destierro del mundo que esperamos una vida eterna.
Es una manía de nuestros utopistas el pretender excluir la lucha de nuestra naturaleza, borrando la diferencia entre el bien y el mal, conciliando la verdad y el error. El absoluto dominio del bien y del mal es imposible aquí en la tierra; el mundo nunca será una balsa de aceite. La paz perpetua no será un hecho mientras los hombres sean racionales y no estén confirmados en la gracia. La razón siempre distinguirá entre las cosas; el estímulo que nos hace buscar la verdad y el bien forma parte esencial de nuestra naturaleza; y aunque los más nobles estímulos a veces se extravían y hasta parece que quedan extirpados, no obstante, las amputaciones echas a la naturaleza nunca resultan definitivas, pues a su tiempo brota la sabia que el Criador infundió en su más noble criatura terrenal, como un reactivo que obra en la conciencia humana y separa el bien del mal.
Por consiguiente, es inútil pensar en suprimir la batalla de la vida, pues si la lucha es natural e intrínseca a nuestra vida, lo lógico, lo conveniente, útil y práctico, es disponerse para alcanzar la victoria, si no queremos quedar fracasados. Los santos todos han sido grandes luchadores; los amantes de las comodidades, del placer y de la dulce inercia son seres inferiores, inútiles, rudimentarios; la alta vida cristiana en ellos no puede desplegarse, como no se desarrolla en aquellos infusorios que viven en las aguas estancadas y estancadas de ciertas lagunas. Nuestro maestro y capitán Jesús, nuestro dulce Salvador va delante en la carrera de la vida, su victoria es la nuestra, y en el certamen de las pasiones, contradicciones, persecuciones y vicios de la vida, sólo con su gracia, con su ejemplo y su doctrina podremos obtener el premio y corona que Él prometió a sus discípulos.
El cristiano es un combatiente; y es doctrina común de la Iglesia de Dios que el cristiano que no combate está ya vencido.
El hombre para obrar ha de esforzar su libertad, ha de sobreponerse, ha de dominar; de otra suerte, él es quien queda vencido y esclavo. El pecado es siempre una derrota, un fracaso y una debilidad.”
Doc. D. José Torras y Bages, Obispo de Vich, De la Ciudad de Dios y del evangelio de la paz, 1913, tomo III, página 178.